Era la primera y única vez, parecía, que Jorge L. Steer, según su "El Árbol de Guernica" vio al Tcnel Montaud. No todo son verdades en el libro de Steer y, naturalmente, se corre el riesgo de que ciertas historias queden como verdades, si no se demuestra lo contrario. Así ocurre con tanto escrito sobre los vascos en la guerra, que por eso de que la guerra la escriben los vencedores... ¿Pero quiénes son los vencedores?
Especialmente atribuir a Montaud la opinión de que el campesino vasco, el aldeano vasco, no estaba con el Gobierno de Euzkadi, es un atrevimiento del periodista, sobre todo si se considera que el ejército vasco se nutrió de voluntarios que procedían de los caseríos, con preferencia.
Vimos durante bastantes días a Montaud en el Estado Mayor situado en Galdácano y en otros lugares. La presentación en Galdácano hecha por el Cte. Arambarri, con la adorable franqueza que aún hoy conserva, fue: "Uno más para comer".
El comandante Arambarri es el Jefe de Operaciones y Montaud el Jefe de E. M. del Ejército de Euzkadi.
Montaud viste siempre su viejo uniforme y gorra, luciendo en ella y bocamangas la estrella de ocho puntas, negándose, según parecía a aceptar el ascenso a Tcnel que le correspondía por decreto de la República. No saludaba con el puño cerrado, por la sencilla razón de que no saludaba militarmente. Casi nunca se tumbaba para dormir. En la noche se acomodaba en la butaca de su despacho y habla que ponerle más de una vez un cojín bajo su cabeza. Cuando sonaba el teléfono, no permitía que lo tomara otra mano, ni aún dormido. Siempre se adelantaba su mano impaciente. Habla noticias especiales, para él, que las anotaba en su librito de papel de fumar "Zig-Zag" y cuando se terminaba el papel de fumar, algo rápido por ser buen fumador, pasaba las notas al librillo siguiente y quemaba al anterior.
Era hombre que comentaba la marcha de la guerra con claridad. Inquietaba oírle. Vivía preocupado hasta por los pequeños detalles. Comentaba los incidentes de la guerra con tristeza, apesadumbrado de que los gudaris se sacrificaran ante las ventajas de los profesionales enemigos, que de tanto disponían. Arambarri equilibraba el ambiente con sus palabrotas y optimismo. Montaud creía en los acontecimientos tal y como llegaban comunicados al E. M. Recibía las noticias con su sonrisa burlona e ironizaba, siempre buscando soluciones. Enfrente ahora estaban partes del ejército italiano y otras muy importantes en aviación y artillería alemana.
Montaud sentía verdadero afecto por los gudaris. Cuando el comandante Castet del batallón Avellaneda se presentó en Galdácano para recibir instrucciones, podía verse cuanto le preocupaba el que los comandantes le entendieran militarmente. Pocos días después de esta entrevista murió Castet. Recibió Montaud la noticia y tras sus gruesas gafas pudimos ver que sus ojos se humedecían, como los nuestros.
El Frente fue rompiéndose y entonces es cuando más insistía y trabajaba. No creyó nunca en el Cinturón fortificado de Bilbao, tal y como estaba proyectado. Por entonces fue nombrado Comisario del Cinturón un contratista donostiarra que mandó el batallón Azkatasuna. Le llamaba "el fantasma del Cinturón" porque no cesaba de enviarle noticias.
"El Cinturón tema de todos los días, de todas las horas. Habla que recorrerlo, habla que trabajar incesantemente, de prisa. Miles de picos y palas abrían la tierra. Los caminos recién hechos llegaban entre pinares a las camufladas fortificaciones. Pero ¿Para qué? Si el autor del proyecto huyó con los planos...
Es la hora del almuerzo. No se han sentado los comensales. Montaud dice que se necesitan cinco mil ametralladoras para El Cinturón. Se necesitaban aviones. Se necesita artillería, con artilleros... se necesita... se necesita... Quien no puede más dice violentamente: "Se necesitan... ¡Hay que defender Bilbao como sea!" Es la hora del almuerzo. Raramente se logró como en aquella ocasión reunir tantas estrellas y rayas doradas. La tensión se hacía insoportable en el ambiente. Se comentaban muchas cosas. Con dureza. Montaud oía, hasta que dirigiéndose a los nacionalistas vascos, les dijo:
—¿Porqué no declaran Uds. la ¡dependencia de Euzkadi? De esa manera los gudaris morirían gloriosamente.
Sancho de Beurko
El asombro fue tremendo y su sonrisa más larga que nunca. Pero el final de la tarde larga iba a ser distinto.
Sonó el teléfono llamando a Montaud. Era el general Llano de la Encomienda. Temía que el enemigo atacara por Balmaseda y pedía a Montaud una División.
—Mi General, no la tengo.
El General debió pedir menos.
—Mi General, tampoco dispongo una Brigada.
Algo marchaba mal en las relaciones. —Sugestiónese mi General.
Montaud colgó el teléfono y dijo que la sugestión es algo muy importante militarmente, cuando se desea la victoria.
Parecía un acto de indisciplina. ¿Qué iba a pasar? Montaud explicó el aspecto positivo del optimismo en un militar con mando, y algo más que debió estar conteniendo durante mucho tiempo. La cena no terminó como estaba programada. Grupos malhumorados se dividieron. Se podía recordar de ese modo otra frase que influyó en cierto grupo, aumentando la agresividad: "El General Gorieff... no lo creo. Para mí que tenía una tienda de telas en Moscou".
Ortzi dice que le nombraron a Montaud inmerecidamente. Sin embargo... El capitán Ciutat, alumno suyo, fue el que hizo la propuesta. Y, el capitán Ciutat hizo y deshizo en el Norte.
Estaba completo el ciclo. Montaud fue destituido destinándole a inspector del Cinturón como asesor de la Presidencia y Arambarri, nombrado ayudante del presidente Aguirre, lucía bien con los cordones en el lado izquierdo y sin ningún enfado se agregó otro título, no mencionable en esta ocasión.
Montaud pidió una inspección en la zona de Artebacarra. Dio por resultado que en esa zona habla grandes rollos de alambre extendida. Las fortificaciones sin terminar. Desde lo alto se distinguían las tropas de Beldarrain en retirada. Esos rollos podían crear dificultades para ocupar las trincheras. En toda la zona nadie como reserva. Nadie que pudiera proteger a las cansadas tropas vascas que no tardarían en llegar. Tropas que de veras tenían c...
Los últimos momentos de Montaud quizá fueron los que como testigo vio actuar las tropas vascas en la reconquista de la ermita San Miguel del Kolitza. No le faltaba razón cuando dijo que estaba mal la ejecución en su primera fase, pues la aviación del Norte, lo que quedaba, no fue capaz de colocar una sola bomba en un monte limpio y en un día claro.
Sancho de Beurko
Garaia – Noviembre de 1976
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