Tengo ante mí los dos volúmenes de "Escritos en Alderdi", de Manuel de Irujo. Mi primer sentimiento es entrañable cuando, repasando las hojas, voy viendo las numerosas fotografías que van trayendo a mi memoria toda la vida de este hombre entrañable... todos los actos en que intervino en el exilio y ya luego en Euzkadi, en esa comunión que supo mantener desde su corazón con el corazón de los vascos.
Es un trabajo que valía la pena emprender porque nos ilustra a todos. Iñaki Anasagasti, periodista de profesión y hoy parlamentario de Euzkadi, emprendió esta tarea que adivino inmensa, con el certero instinto de quien encuentra a través de los artículos —algunos escritos demasiado de prisa pero lo mismo fundamentalmente sinceros— la raíz del alma de ese gran hombre que tuvo entre sus atributos el del ser asombrosamente pródigo en su comunicación con los demás. En los libros de Manuel de Irujo, y cito solamente algunos como "Inglaterra y los vascos", "Instituciones jurídicas vascas", "Un vasco en el Ministerio de Justicia", Irujo se muestra mucho más comedido en su expresión. Un libro siempre es un trabajo de investigación solemne sobre un tema y se emprende siempre con reverencia. Pero un artículo de prensa es algo mucho más libre, más dinámico, más íntimo por parte del escritor. Sobre todo si éste escribe con la asiduidad con que lo hizo a lo largo de su vida de exilio Manuel de Irujo. Los temas que trata son muy diversos, únicamente unidos en lo fundamental, es decir, la causa del pueblo vasco y en ella el problema de Navarra, pero deslizándose con absoluta maestría en los más diversos tópicos dentro del problema, o acercándolo a otros-más universales como la política europea. Irujo, en esos largos años de exilio y desde París, comenta con enorme precisión artículos aparecidos en el "Pensamiento Navarro" de Pamplona, sobre el Congreso de Poesía de Segovia (año 1952), sobre la Conferencia Económica Europea de Londres, o la jerarquía católica de Estados Unidos, o el Estatuto de Autonomía de Túnez, o sobre Spaak, o François Mauriac, Charles de Gaulle o Luis Jiménez de Asúa, o de nuestro amigo Maritain. Los temas fluyen con facilidad, y en ellos, el político certero y de gran envergadura que fue Manuel Irujo va desarrollando su pensamiento político, su penetración sicológica, su certero instinto, pero dentro todo ello de la agilidad debida al espacio de un artículo periodístico que en primer lugar busca esencialmente la información del lector sobre el tema, y mucho más en el caso de una publicación de resistencia política como lo fue el "Alderdi" en los años de Franco. Los temas escogidos por Irujo son siempre temas que llaman la atención por su humanismo: Habla de hombres que trabajan por la causa del bien común, habla del derecho y su relación con la libertad, habla de pueblos que buscan su propia libertad comprendiendo su lucha desde la óptica de un dirigente de un pueblo oprimido. Sus artículos tienen la espontaneidad del momento en que Manuel Irujo se siente impactado por los temas que elije... así como describe las últimas horas de su amigo y lendakari José Antonio de Aguirre, o a Sabino Arana Goiri, el libertador vasco a quien conoció tan íntimamente, o de Arturo Campión, que fue su maestro. Leyendo tal diversidad de temas, sin embargo no se pierde la pista central, el eje motor del pensamiento del hombre. La palabra Euzkadi late en cada una de las páginas. Y bajo ella, el sentido de la Libertad. El universalismo del hombre que ama sus raíces de modo auténtico, especial, sacrificado, pero que no renuncia a la solidaridad de la comunidad humana, universal, hacen que estos artículos de Irujo sean muestra, quizá menuda pero muy significativa, de la talla de todo su pensamiento, de la sinceridad de su doctrina y de su acción política.
Un presidente de Euzkadi, navarro, Carlos Garaikoetxea, le dedica en su prólogo, escrito en los últimos momentos de vida de Irujo, un homenaje cariñoso y cordial a quien sirvió "de redención de nuestros pecados navarros en aquella contienda fratricida" y "a quien la evidencia de su sentimiento es tal que enciende a sus correligionarios y obtiene el respeto de sus propios adversarios", y a quien ve como figura rectora de la nueva política vasca a causa de las condiciones de apertura, conciliación e integridad que llevaba en sí Manuel Irujo. El Partido Nacionalista, en el que militó fielmente, a quien sirvió durante toda una vida activa y enormemente fecunda, le hace también un homenaje al editar estos artículos de prensa que a veces quedan olvidados y perdidos, para mal de todos, dentro de las colecciones archivadas.
Creo que estamos en verdadera deuda de gratitud ante esta iniciativa de Iñaki Anasagasti, al trabajo inmenso que ha logrado desarrollar para traernos este documento tan vivo a nuestras manos. Se trata de una iniciativa que tiene mucho de la intuición de lo que necesitamos en esta hora en este país y que nace de un hombre muy joven pero que lo ama y conoce en profundidad, y que estimaba en su verdadero alcance la personalidad de Manuel Irujo, a quien conoció tan de cerca y a quien tan de cerca estudió, y a quien respetó y lloró en su partida. Silenciosamente, como el que sabe que al irse Irujo se nos iba algo irremplazable en la historia de nuestro país. Pero los hombres que hacen cultura —que de su pensamiento hacen obras— no mueren del todo. Casi me atrevería a decir que viven más y siempre. Ahora, en las manos de todos, tenemos el alma de Manuel de Irujo. Una parte importante de ella. Una parte que alumbra. Una parte que enseña. Una parte que abre paso a la esperanzas y al porvenir.
Por: Arantzazu Amezaga
(Deia, 21 de Mayo de 1981)
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