En la película “Memorias de África” aparece varia veces un jefe de tribu de lo más curioso. Va cubierto con una especie de cucurucho de piel de cabra, lleva un paraguas a manera de cetro y en sus grandes orejotas cuelga toda la chatarra que ha logrado reunir.
En un momento de la acción, el hombre se asusta. La protagonista ha montado cerca de su casa una escuelita con el fin de enseñar a leer y escribir a los niños de la comunidad. Es entonces cuando se cree obligado a hacer algo. Toma su paraguas, se pone el cucurucho y enérgicamente le prohíbe a Meryl Streep seguir con la instrucción. Y para ello utiliza un argumento contundente. Aquellos niños, si aprenden tanto, cuando crezcan le quitarán el puesto.
Y no estaba por la labor. Jefe es jefe.
Todo un personaje. Primitivo y simple, pero con la suficiente sabiduría popular como para intuir que en la cultura estaba el futuro. Un futuro en el que no cabía a pesar de su paraguas y sus abalorios.
Traigo a colación a nuestro simpático jefe porque su conducta es la antítesis, de lo que para los alaveses puede ser Andoni Urrestarazu.
El pasado Aberri Eguna estuve por la mañana en Legutiano. En esta localidad celebraba el ABB nuestra fiesta nacional. A la salida de misa tuve la suerte de saludarle.
Allí estaba con su amabilidad característica y un gran bolsón lleno de pequeñas publicaciones. Folletos en euskera y sobre el euskera. Folletos sobre el pasado, el presente y el futuro de Euzkadi. Folletos sobre la unidad de los vascos. Folletos sobre personajes alaveses. Folletos y libros que no sólo escribe, sino que reparte y costea de su exiguo presupuesto, y que son verdadera dinamita ideológica.
Y es que Andoni Urrestarazu es un nacionalista silencioso, de los que forman parte de la estructura de la casa. No es ni el mirador, ni la cornucopia de la fachada. Es cimiento puro.
Hace ya algún tiempo que le conocí en París. Llevaba, entre otras cosas, el reducido presupuesto de la Delegación del Gobierno vasco. Tenía su despacho contiguo al que ocupaba el lehendakari Leizaola, junto a una sólida caja fuerte en la que probablemente no había más que papeles, números rojos y alguna que otra telaraña.
Pero su fama le precedía. En 1953, tras tres años de cárcel, tuvo que exilarse. Autor del método de aprendizaje del euskera «Umandi» (el nombre del monte de su pueblo, en Araia), vivía pendiente de la recuperación de nuestro idioma. Él era, junto con Periko Arrizabalaga, otro meritorio abertzale alavés, quien enviaba regularmente artículos en euskera para los programas diarios de Radio Euzkadi. Cientos de charlas en los archivos hablan de su eficaz y continuo trabajo firmado con el seudónimo de «Azkon».
Muerto el dictador, volvió del exilio en 1979, cuando lo hizo el lehendakari Leizaola. Había pasado este tiempo entre París y Bayona, trabajando y divulgando cultura y nacionalismo vasco. Es mucho lo que podría hablar Urrestarazu de la asociación Sabindiar Batza y del premio EKA organizado para honrar la memoria del lehendakari Aguirre.
Hoy, a sus juveniles 84 años trabaja sin parar. Con su hermana y otros colaboradores está preparando un diccionario y, según confiesa, tiene todavía para ocho o diez años de trabajo.
Andoni no es, salta a la vista, como el jefe de tribu de la película.
Lo de él es expandir cultura. Trabajar como una hormiga. Despertar inquietudes y sobre todo tratar que el euskera viva, se expanda, se hable, se cultive y no lo maltraten.
Y todo ello hecho suavemente, sin aspavientos, sin pasar factura... silenciosamente.
Hombres como Andoni, con su bolsón y su trabajo diario a cuestas, son los que hacen nacionalismo con hechos. El gran público no les conoce porque no vociferan y su acción no es estridente, pero al verlos trabajar nos reconcilian con una lucha que tiene hombres de la entrega de Andoni Urrestarazu.
Por muchos años
Iñaki Anasagasti
Deia, 9 de Abril de 1986
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