Cuando Jesús María de Leizaola entró en la iglesia de Santa María a la primera misa, intuía que aquel día no iba a ser uno más. Era sábado y se confesó con un jesuita que sabía tanto como él de sí mismo. (Confesarse es una costumbre ya tradicional. El lehendakari siempre lo hace con una regularidad que difícilmente pasa la quincena. Pero había días —y hoy también hay días— que un presagio extraño le ronda la mente y adelanta la fecha de su contabilidad del alma.
Por eso se confesó un día de octubre de 1922 cuando delante del rey Alfonso XIII, en Guernica, con una pancarta rudimentaria pidió una Universidad vasca. Le llevaron andando a la cárcel de Amorebieta. En aquellos 20 Kms. Jesús María hizo suya nuevamente esa frase que le gusta recordar de Calderón: la vida es un sueño. «Siempre vivo al día. Yo ahora estoy como si a la noche no fuera a estar con vida y por la noche como si a la mañana siguiente estuviera sin vida.»
También se confesó el 7 de octubre del 36, cuando se formó el primer Gobierno de Euzkadi. Y aquel otro día de junio de 1937 cuando con el socialista Aznar y el comunista Astigarribia se encargó de los tres últimos días de la defensa de Bilbao. O más cerca, en 1960, al nombrarle lehendakari del Gobierno vasco en el exilio. El segundo lehendakari después de Aguirre. Hay una cierta humildad bella en este dato, alguien dijo que Leizaola había nacido para segundo.
...Y el día de Pascua de 1979 cuando celebró en el secreto de sus sueños un Aberri - Eguna íntimo ante el roble «con los ojos sonrientes y el corazón llorando», como dice el zortziko.
O en diciembre del mismo año 79 antes de cerrar definitivamente el piso de rué 50 Singer en París.
Hay muchas fechas en sus 90 años —«créame, estoy abusando de la vida viviendo tantos años»— que se grabaron doblemente en la memoria y en el espíritu.
La misa, esa no dejó de ser nunca su primera cita del día. «Después del 18 de julio no había misas en Donostia. Tuve que hacer abrir las iglesias. Yo era jefe letrado de la Diputación Foral de Guipúzcoa y le dije al presidente Careaga que así no se podía seguir. Recuerdo que el 25 de julio, día de Santiago, patrón de España, no hubo misas pero en San Ignacio —el 31— no faltaron»)
En casa habían quedado dormidos su mujer, María del Coro Loidi, y los cinco hijos: Koldo. Begoña. Iciar y Arantza (Estíbaliz nació más tarde y lejos de Donostia). (Cuánto amaba a su mujer!. Cada día era una sorpresa deliciosa comprobar su cariño. Con qué facilidad —los silencios él no los oía— se había acostumbrado a la vida del marido.
(Qué duro fue vivir después sin ella. Se habían querido tanto con los sustos, el miedo y el exilio... Aún la recuerda con lágrimas. Al volver de París vacio ya de María del Coro, su primera visita fue para ella, estaba en el cementerio con el resto de la familia. Ellos no pudieron vivir aquel Gora ta Gora» de San Mamés en diciembre del 79, ni oírle sus palabras emocionadas, “vengo a recobrar mi derecho a residir en mi tierra. Yo no me he sentido jamás fuera de la patria, al menos en mi pensamiento y, en mi corazón». Y es que estaba tan unido a aquella recia mujer guipuzcoana... La mujer fue muy importante a lo largo de la vida de Jesús María, «su papel en la historia del pueblo vasco ha sido fundamental. Yo no conocí a mi abuela paterna, ni a mi abuela materna, pero toda la historia que conozco la conozco a través de los labios de mujeres. Yo apenas conocí a mi padre porque murió cuando yo tenía 6 años, y por lo tanto sé lo que es la mujer».)
No le gustaba preocupar a nadie en casa, pero sin querer se le había escapado más de una vez entre las comidas: «va a pasar algo”. Estaba seguro. Habían ocurrido muchas cosas extrañas y preocupantes. En especial le rondaba la cabeza el entierro de Calvo Sotelo nueve días antes. «Estaba en Madrid para tratar del Concierto Económico en Hacienda cuando le mataron. Yo vivía en el "Hotel Alfonso", al lado de la Gran Vía, por donde está ahora la Telefónica. Estaba comiendo cuando se me acercó un Señor muy asustado: "es usted Leizaola —me dijo—, yo soy fulano de tal, ¿le puedo acompañar a) entierro?". Me enteré más tarde que ere diputado de la CEDA por Almería y que habían intentado asesinarlo ese mismo día —iqué abismo entre aquel hombre y luego lo que resultó ser el falangismo!—. Fuimos juntos en un taxi con dos miembros de la CEDA mas, porque yo no quería aparecer como un hombre público sino como en representante de la Diputación. Tenía curiosidad por ver el cadáver para saber si lo habían maltratado corporalmente. No se veía porque estaba bastante cubierto. Allí conocí a los que fueron luego del Gobierno de Burgos, a Antonio Goicoechea, la verdad es que no simpatizaba con él, quizá porque tenía ambiciones políticas y yo no... en fin, en el cementerio me seguían muertos de miedo los tres de la CEDA. El clima era muy tenso. Estuvo Gil Robles y le dedicaron un abucheo general (—a usted, lehendakari, ¿le abuchearon alguna vez?—. se encoge de hombros con cara de susto, mientras me dice sencillo, «jamás»), estaban los sublevados de Marruecos, los veía cerca mío, en el entierro, de paisano. Entonces vi lo que iba a pasar. Allí estaban los que iban por la sublevación, los de la CEDA, carlistas, Guardia Civil, guardias del asalto (a éstos les habían dejado lejos porque se habían enterado que ellos le habían matado). Yo era un islote indiferente. Veía la sublevación. Gracias a unas mujeres enlutadas —posiblemente esposas de guardias civiles— que se pusieron delante, el ambiente se relajó. Empezaron a rezar el Rosario y creo que aquel Rosario apaciguó los ánimos. Al día siguiente cogí el tren y volví a San Sebastián.
En Donostia (tiene un acento especial Donostia pronunciado por el lehendakari) el día 18 de julio aún no se comprendía nada. La víspera, viernes, yo regresaba a Donostia. Había oído lo de Mola y que Zumárraga estaba tomada por nuestras gentes. Alguien me vio dentro del tren y sé que si yo no llego a estar dentro del tren, el tren no pasa Zumárraga. En San Sebastián yo me preguntaba: mañana, ¿qué va a pasar aquí?
Después de Misa estuve paseando al borde del mar por el paseo Nuevo con mi primo José Goicoechea Zulaica. Y mi primo me decía: «¿sabes?, han bombardeado Pamplona, han matado al comandante de la Guardia Civil. ¿Qué va a pasar aquí?». No lo sabía aunque... Sí conocía a los comunistas pero a los anarquistas menos, era buen amigo del republicano Aldasoro... Pero ya a los de Trincherpe les habían parado en Ategorrieta...
Aquel día, 18 de julio de 1936, yo quería dormir tranquilo. Me fui un rato al batzoki y después a cenar.
(Han pasado dos generaciones desde 1938 y «pienso que a los de ahora les toca heredar el espíritu del 36. No somos los de entonces, sino los de ahora, los que deben decidir».
Cuando Leizaola dijo estas, palabras al volver del exilio hubo una, frase con visos de premonición. «No me gusta apadrinar a nadie». Y es que, como decía Anasagasti en una ocasión, «en Euzkadi no hay nada más duradero que lo provisional”).
(La Gaceta del Norte, 14 Julio 1986)
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