Ya está en libro. Como diría el cisne del Avon, todavía sin enfriarse su cadáver. Ya está en pie la primera obra consagrada a su memoria, debido al engarce de las más diversas plumas, al saber hacer de la Fundación Sabino Arana. Una Memoria del que no era desmemoriado ni mucho menos, al que acudíamos a preguntarle de todo el pasado que como pocos conocía. Cuando yo le decía, por favor don Jesús, guárdeme sus papeles para que escribamos sobre usted, él respondía, yo no tengo importancia, no vale la pena.
Verle hoy en la portada de ese primer texto a su memoria reconforta y cómo, porque uno imagina que vendrán otros después con ese título evocador del viejo roble, tan sugerente al menos como aquél otro, Leizaola, 90 años de lealtad.
Ahí, desde esa portada nos infunde paz, sosiego, la tranquilidad que le acompañó en los últimos años. Una tranquilidad viajera que le llevó a todas partes siguiendo los avatares de cada día. Nos lo hacen revivir por la imagen. Nos agrada. Nos acerca a él. Nos contagia aquella confianza que siempre tuviera en un porvenir mejor. Delante de un roble que un día en tiempos de Franco viniera de ocultis para besarlo, y que se nos antoja hoy sin él, como alguien dijo con las raíces fuera.
Libro de urgencia. De sugerencias. Testimonial. Donde son unos los que declaran y pudieran ser otro más, los que a lo largo de su vida le entrevistaron, los que con él convivieron, muchos de los cuales o no escriben como la familia o el bueno de Iñaki, o no se les convocó en este caso. Aquí hablan el gudari, el intelectual, el político, el amigo, el admirador. En él, y lo supongo antes de leerlo del todo, vamos a decir con toda la sinceridad del mundo lo que de él pensábamos, a profundizar en nuestro sentir hacia el conocimiento de un ser que a más de uno apareció compacto e impenetrable, a profundizar en su recordación, un libro como apunta la Fundación en que no sólo se glose su personalidad, que no es poco, sino que se aporten datos, anécdotas, vivencias personales, descripción del papel jugado por Leizaola en hechos relevantes de nuestra historia.
Y con libertad. Al máximo. Donde cabe la opinión varia, la dispar, incluso la que ofrece el senador Elósegui o la del que apenas le trató en vida por joven como David Salinasarmendáriz que en él aprecia la auténtica dimensión de un nacionalismo abierto.
Por este libro que entre manos me baila nos enteramos los ignaros y aún los olvidadizos, entre los cuales por desgracia me incluyo, que a Gonzalo Nárdiz sacó de un batallón de trabajadores en la II Guerra Mundial, que sacó a los presos sanos y salvos de Bilbao, que ejerció su ministerio de Justicia con harto rigor jurídico, que tenía sus pujos de estratega militar, que intervino creo que de liquidador en la quiebra del Crédito de la Unión Minera (de lo que por cierto le gustaba hablar), que fundara durante la ocupación germánica la revista «Gudari» o que su afición didáctica le volvió comunicativo y que cuando fue preciso supo como los demás obras por corazonada.
Del conjunto de tales testimonios podríamos reconstruir su retrato robot, un buen pedazo de su personalidad tan diferenciada del resto de los mortales, entrar en su propia persona más allá de lo físico (de su sombrero o su bufanda o su paraguas), que su falta de flexibilidad es apariencia más bien, que a Elósegui le parezca seguro de su razón y poco dado a dejarse convencer. Lo que no dejó es traslucir al exterior ni alegrías ni tristezas, pero tampoco dejó con su constancia que a los otros invadiera la desgana y el pesimismo. Lo que Ramón Rubial en él alaba, su reciedumbre moral.
Jordi Pujol se fija en su hablar calmoso, en su caridad que jamás zahería, Carrillo le evoca en la juventud como personaje discreto pero muy influyente, concediéndole el mérito del sacrificio de mantener el compromiso activo con su causa.
Personaje de sangre fría para Anasagasti, roca inconmovible, viejo roble capaz de llevar sobre sus hombros los palimpsestos de pretéritas generaciones, asiduo a la Biblioteca Richelieu y que en cierta ocasión quiso retirarse a un monasterio. Otro viejo gudari le llama caballero de la amistad y la fraternidad combatiente. Y Juan Iglesias le ve interesado por los problemas de otros pueblos, espíritu universal y reformador.
Ejemplo de austeridad. Eso sí que nadie le niega, con ribetes de místico. Y sigo leyendo porque no acabo de asombrarme de su palpitante actualidad, de no trazar en vida sus memorias que el propio Aguirre en más de una ocasión le solicitara.
Felicitémonos, en consecuencia, de la puesta a flote de este libro colectivo, el primero después de su óbito, al que seguirán otros para lo cual pónense ahí las bases bibliográficas como una primera piedra.
Por: Elías Amezaga
(DEIA, 09 Setiembre, 1989)
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