MANUEL DE IRUJO
Manuel de Irujo lleva desde 1919 ocupando un lugar destacado en la vida política de este país. Ha sido protagonista del poder, como cuando fué ministro de Justicia de la República, o víctima del poder, como cuando, después de la derrota, tuvo que atravesar los Pirineos con Aguirre, Compayn y Tarradellas, hacia el exilio. Ni siquiera ahora, a los 86 años, Manuel de Irujo quiere conformarse con observar lo que ocurre: quiere participar, va a luchar por participar. Acertada o no, su actitud define el temperamento de este hombre; un hombre que asegura que no siente rencor, que dice que es mejor sumar que restar, pero que cuando habla de "esa dictadura que repugnaba a cualquier ser bien nacido" pronuncia las palabras con cólera.
—DEIA: Señor Irujo ¿Por qué ha pasado usted la mayor parte de su vida militando en el PNV? ¿Por qué justamente en ese partido?
—M. IRUJO: Pues porque soy hijo de mi padre. Mi padre fué el abogado defensor de Sabino Arana. Habían sido condiscípulos y luego fueron amigos toda la vida. Le contaré una anécdota que explica la amistad que tenían: en la casa en la que vivíamos nosotros en Bilbao -Campo del Volantín 2- se declaró una enfermedad infecciosa y mis padres decidieron sacarme de allí para que no me contagiara. ¿Sabe a dónde me enviaron? A casa de Sabino Arana Goiri. Arana no tenía hijos y yo, un chaval de unos 7 años, era el "mócete de la casa". Luego, cuando lo encarcelaron, pidió ver al "mocete": fué la primera vez que pisé una cárcel.
—DEIA: Usted volvió a pisar la cárcel, esta vez como inquilino, en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, ¿no es así?
—M. IRUJO: Efectivamente. Por entonces yo ayudaba a los republicanos de Madrid a pasar la frontera francesa. Me detuvieron y estuve en la cárcel de Pamplona un par de semanas. Nada más. Creo que había bastante gente en Pamplona a la que le ponía muy nerviosa pensar que un hombre tan claramente contrario al régimen, como era yo, anduviera suelto por la calle. Son cosas que pasan.
—DEIA: Usted era contrario a la dictadura de Primo, y también al régimen monárquico. Usted ha sido siempre republicano, ¿lo sigue siendo, señor Irujo?
—M. IRUJO: Sí, desde luego. Pero déjeme que le cuente algo sobre Alfonso XIII. Una vez vino a Estella a constituir el Regimiento de Ordenes Militares. La plaza estaba totalmente engalanada: solo en Centro Vasco permanecía cerrado a cal y canto. Entonces, Alfonso XIII, en su discurso dijo "Este Regimiento se ha hecho para combatir el separatismo". Y al pronunciar la última frase señaló con la mano al centro vasco. Creo que lo hizo un poco en broma. Bien, el caso es que algún tiempo después yo me entrevisté con él: quería pedirle que el hospital de Barañain (Navarra) y los montes volvieran a ser propiedad de Navarra. Al presentarme, le dije: "Señor, yo le saludo desde la acera de enfrente" ¿Sabe que me dijo? Me dijo, "Hombre, cómo me alegro. ¡Sí yo también soy republicano Lo que pasa es que me ha tocado ser rey". Bien, la cuestión es que él influyó en el gobierno y el hospital y la mayor parte de los montes navarros volvieron a ser nuestros.
"Es una pena que Suárez no cumpla su palabra"
—DEIA: Gracias, en parte a Alfonso XIII, Navarra recuperó cosas que le pertenecían. ¿Cree usted, señor Irujo, que gracias, en parte a Juan Carlos, el pueblo de este país recuperará la libertad que le pertenece? ¿Qué opina de la gestión del Rey?
—M. IRUJO: Pues que quiere que le diga. Creo que el Rey tiene una gran voluntad de conservar su trono. Sabe como lo perdió su abuelo, sabe como lo perdió su cuñado Constantino, y hará todo lo posible por no cometer los mismos errores. Además, ha encontrado en Suárez un gestor para asegurar el trono como no hay otro. Quizá Suárez lo que quiere es simplemente asegurarse a sí mismo, pero de hecho está reforzando el trono. A mí la monarquía no me entusiasma; no es que vaya a salir a la calle con una metralleta, pero no me entusiasma. Y volviendo a Suárez, creo que es una verdadera pena que no cumpla su palabra las veces que la dá.
—DEIA: ¿A qué se refiere? ¿A la amnistía? ¿Al Aberri Eguna?
—M IRUJO: Sí, y también a la reunión de los alcaldes del País Vasco en Echarri Aranaz. Un día, uno de los miembros de la "comisión de los 10" le dice que el alcalde Echarri va a reunir a todos sus colegas para hablar de la situación de Euzkadi. Suárez contesta que ¡cómo se alegra, que es posible que acuda él mismo. Al día siguiente, Martín Villa prohíbe el acto. Luego está lo del Aberri Eguna. Hasta la guerra, esta era una fiesta del PNV, pero después ha sido una fiesta de todo el pueblo vasco. Cuando se informa a Suárez de que se va a celebrar y se le dice que los presos debían estar ese día en la calle, el presidente contesta: "Celebrarán ustedes su fiesta y los presos estarán allí". Sí, es una pena que Suárez no cumpla su palabra cuando la dá.
—DEIA: Usted sabe, que en esta tierra hay gente que se cansa de que no se cumplan las promesas y reacciona violentamente. Quisiera saber qué piensa de esta violencia.
—M. IRUJO: Mire, yo los comprendo cuando salen a la calle. No comparto sus métodos violentos, pero los comprendo. Soy partidario de ir a las elecciones y conseguir escaños para influir permanentemente en el Gobierno. La política es el arte de lo posible, ¿no?, bueno, pues ahora nos hace falta tener medios eficaces para conseguir nuestros derechos. Si quiere que hablemos de novela o de teatro, es otra cosa. Pero hoy, aquí, el arte de lo posible es conseguir el mayor número de escaños posibles. Por eso, hay que ir a las elecciones, hay que ganar los puestos. Volviendo a su pregunta, le diré que no soy partidario de la violencia metódica. Pero me la explico, me la explico como respuesta a la violencia institucionalizada. Comprendo que un chico de 18 años que ame a su patria ponga la pistola contra las pistolas. Yo he ayudado lo que he podido a esos chicos cuanto tenían problemas con la policía francesa o la española y, lo que es peor, pienso seguir haciéndolo.
"No siento rencor. Siento pena"
—DEIA: Si quiere podríamos volver un momento hacia atrás; podríamos hablar de lo que ocurrió antes de que se abriese el paréntesis del franquismo. ¿Le decepcionó a usted la República señor Irujo?
—M. IRUJO: No, no es que me decepcionara. Lo que pasó fué que la República se encontró con que los guardianes del orden público se le sublevaron y tuvo que echarse en brazos de los obreros, armarlos y entregarse a ellos. Estos hombres se encontraron con que los obispos bendecían a los sublevados y reaccionaron bestialmente, soezmente, atrozmente. ¿Cómo quiere que le diga que estas atrocidades no fueron atrocidades? La República tenía buena intención: ella separó la Iglesia del Estado y, mire, eso es lo que hizo el Vaticano II años después. Hubo episodios repugnantes, no lo niego. Y yo, como ministro de Justicia los condené por todos los medios.
—DEIA: ¿Era suficiente con condenar, señor Irujo? ¿No se podía hacer nada más? ¿Qué es lo que le ataba a usted?
—M. IRUJO: La ley. Yo estaba atado por la ley. Pero le saqué todo el partido posible. Desde el Ministerio vociferé para que se acabaran los "paseos" y los asesinatos. Hice todo lo posible por intentar llevar la ley al trato de las gentes. Cuando salí del Ministerio no había preso que no durmiera en su cama, había menos barrotes y el número de encarcelados se había reducido a la cuarta parte. Encontré las cárceles con comisarios políticos y las dejé con funcionarios que ganaban su puesto por oposición; las encontré con banderas de partidos y las dejé sin otra bandera que la del Estado. Cuando tomé posesión del cargo nadie se atrevía a decir que era creyente, y yo luché contra esto.
Hice todo lo que pude. Muchos me ayudaron. Otros no.
—DEIA: ¿Quién no le ayudó?
—M. IRUJO: Es triste decirlo pero al menos al principio encontré muy poca ayuda en la organización eclesiástica. En cambio puedo afirmar que, en términos generales la República, su gobierno y las instituciones que la complementaban, no solo toleraron sino que secundaron mi obra. Tengo la satisfacción de haber defendido los derechos del hombre hasta donde pude. Hice lo que pude. ¿Sabe? La República fué una espléndida oportunidad de hacer un país rmás justo y más libre. Pero se malogró.
—DEIA: Y muchos tuvieron que pagar un precio duro por ese fracaso. A usted le ha costado 40 años de exilio de su tierra. ¿Tiene la sensación de haber perdido, de algún modo, esos 40 años?
—M. IRUJO: Sí, de algún modo sí. Le diré que perder 40 años es estúpido. Yo tengo conciencia de que he estado todo ese tiempo en lucha contra una dictadura que repugnaba a cualquier ser bien nacido; he luchado contra la violencia institucionalizada. Yo soy optimista por naturaleza: miro a la gente más por lo que nos une que por lo que nos separa y recuerdo a los tiempos más por lo que tienen de bonancible. En París. En Francia. En América, he ayudado a la gente en la medida de mis fuerzas. Tengo la sensación de haber contribuido a hacer menos amargas algunas horas de los exiliados.
—DEIA: ¿A quién guarda rencor, señor Irujo?
—M. IRUJO: No siento rencor. Siento pena, me dan pena. ¿Si soy religioso? Bien, si lo soy. Pero soy humano también. Prefiero sumar a restar.
"Con dificultades, pero acabaremos ganando"
DEIA: Volvemos al presente señor Irujo. Y el presente son las elecciones. ¿Qué es lo que le da más miedo de estas elecciones?
—M. IRUJO: Bueno, no creo que pase nada que merezca sentir miedo. Yo sentiría mucho que una parte de la juventud, por pureza ideológica, por protestar contra la falta de libertad que padecemos, dejara de votar. Esto se4ría un gran error. Separarse de las elecciones es entregar el poder a quienes han estado mandando estos 40 años. ¿De verdad vamos a hacer eso?
—DEIA: Usted es uno de los candidatos en estas elecciones. Señor Irujo, a los 86 años, ¿tiene ganas, tiene fuerza y cree que va a ser capaz de luchar bien en el Parlamento?
—M. IRUJO: Soy candidato a senador por Navarra. Y le confieso que hubiese preferido no serlo: es verdad que soy demasiado viejo. Lo que pasa es que no ha habido manera de evitarlo: han sido demasiados años de clandestinidad y en el partido no hay muchos elementos. Sé que soy un viejo hombre y que la juventud ya se pasó. Pero mientras siga teniendo flexibilidad mental y pueda trasladarme, creo que aún podré trabajar por Euzkadi.
—DEIA: Si consigue el escaño tal vez encuentre a dos antiguos parlamentarios, Gil Robles y la Pasionaria
—M. IRUJO: Es posible, sí. A Gil Robles lo he visto varias veces en estos últimos años, y nunca me ha parecido tan racional y tan atemperado a los tiempos como ahora. Antes, en los años 30 era mucho más viejo que ahora. En cuanto a Pasionaria.... bueno, ella ha venido de Moscú después de muchos años y se encuentra aquí con un Carrillo moderadísimo. Y Dolores no es así. Pero le voy a contar algo sobre ella. Cuando me nombraron ministro de Justicia, me encontré con los sacerdotes en la cárcel, en el exilio o en ataúdes. Pensé que había que hacer algo, y mi primer paso fué ir a ver a Dolores. Ella me ofreció su ayuda incondicional, y entonces aún no había venido el eurocomunismo, ¿eh?
—DEIA: Señor Irujo quisiera hacerle una última pregunta. ¿Qué cree que va a pasar en el País Vasco? ¿Cómo ve usted el futuro inmediato?
—M. IRUJO: Creo que el País Vasco acabará teniendo el sentido común de siempre. No se puede pedir ecuanimidad a un chico de 20 años que ha visto lo que ha estado pasando aquí; pero esos chicos forman parte de un pueblo y en este momento hacen daño a ese pueblo. Mire, la vida es el primer derecho del hombre: me cuesta trabajo aceptar que sea bueno para el país el que caigan más vidas humanas. Creo que iremos ganándonos el futuro poco a poco y con muchas dificultades. Con dificultades, pero acabaremos ganando.
Beatriz Iraburu
(Deia, 9 de Junio, 1977)
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