(Episodio guerrero del siglo VIII)
Oyóse sordo grito, aborto de mil pechos, que en alas llegó rápidas de Goñi hasta el confín; y apenas de los Jauras sonó bajo los techos, cuando un fiero alarido lanzó viejo mastín.
Eran las altas horas, en que el vascón sencillo sus miembros fatigados repone en dulce paz; que ni el canoro pájaro, ni el pobre pastorcillo por la campiña canta, ni el chivo bala ya.
Los montes y peñascos que hundíanse a lo lejos volvían de sus quiebras del ruido al vago son, que abriéndose en mil ecos, del monte a los reflejos derrama por los campos profunda conmoción.
Resuena al sol vibrante por los vecinos valles, meciéndose en las ondas del eco zumbador... en tanto que el ladrido del perro por las calles de despertar hubieron de Goñi al buen señor.
«¿Qué es esto?” —exclama el Jaura de la rugiente turba los bélicos clamores de pronto al escuchar. «¿Quién la quietud del campo y el sueño así perturba? ¿Quién osa de mis hijos la dulce paz turbar?»
Y del vetusto lecho da un brinco... y mira, mira por los abiertos arcos del viejo ventanal, y cuanto más los ojos hacia los montes gira, percibe más cercanos los gritos retumbar.
Escucha: y de los vascos el cántico guerrero conoce al son vibrante de prolongado irrintz; y a vueltas del tumulto retumba el eco fiero del legendario cuerno que invita ya a la lid.
Y al brillo de la luna, que tibia y macilenta proyecta vagas sombras sobre el dormido erial, cual funeraria antorcha refleja amarillenta de tumba marmórea la piedra sepulcral.
Divisa a los vascones, la rápida vertiente bajando de la sierra, y al bravo menditar, señor de las Ameskoas, que viene con su gente a Goñi, de un peligro consejo y parte a dar.
Y a sendas y llanuras de Goñi rodeadas se encuentran de soldados que vuelven en tropel: ya aprestos y banderas al viento desplegadas de Casteluzar llegan al señorial dintel.
Las gentes de Valgoñi se lanzan presurosos, el sueño interrumpiendo al ruido y confusión, a requerir del Jaura con ánimos ansiosos la causa que a los vascos conduce a su mansión.
En tanto los de Ameskoas en la robusta lanza los brazos apoyados, se forman al redor, sus cuerpos aprestando con varonil pujanza en actitud valiente a oír la decisión.
Allá al punto Jaungoñi, con sus leales hijos, ceñidas las ezpatas, se van juntando al par; y con febril mirada los ojos clavan fijos al alma de Batzarre, al bravo Menanar.
Entonces sobre un tronco, que en el vecino cerro de secular encina fiero huracán tronchó, levántase el de Ameskoas con su lanzón de hierro, y en vigorosos términos así a todos habló:
«Valientes euzkaldunes, hijos de la montaña, de nuestra amada Patria las voces escuchad: sabed que avanza altiva gente brutal y extraña, nuestros hogares, campos y templos a asolar.
De Euzkadi transponiendo las iberas fronteras abriéndose va el paso en ruda y cruenta lid; sus plantas no detienen montes, ni agrias laderas, que a nuestros valles ciñen cual muros de zafir.
¿Y a pueblo infiel y bárbaro daréis del campo el fruto para saciar su hambre, para apagar su sed? ¿Con vergonzosa mano pagar podréis tributo por la existencia mísera que os quiere conceder?
Impío ha prorrumpido en su infernal pujanza: «El Dios de estas montañas ¿qué hace? ¿dónde está? si el aire ya blandiere mi inquebrantable lanza, deshecho en polvo al punto temblando caerá.
¿Oíste, pueblo vasco? ¿despreciarás tu historia? la muerte o el triunfo: no hay medio de elección. Si a nuestro frente el lauro negare la victoria, las palmas alcanceros del mártir y el honor.
¿No veis ya a los mastines ardiendo en negra saña de Euzkadi montes, valles y pueblos devastar.? ¿No veis que ya incendiaron a la infeliz España las ricas catedrales y el campo y el hogar?
Mas no temáis su brazo: que ya en el cielo brilla la protección divina, la espada de Miguel: él romperá potente del moro la cuchilla, ciñendo nuestras sienes del indico laurel.
Apenas del Arcángel los bélicos vascones el santo nombre oyeron al Jaura pronunciar, que en todos agitóse los nobles corazones de fe la llama vivida, clamando al cielo al par:
«Nadie a tirano déspota, nadie la frente agache, ¡venganza y guerra! ¡a ellos! ¡aurrerá, San Miguel! en sangre nuestra espada del moro se emborrache: hundamos ya hasta el polvo el cuello del infiel.»
En medio de estas voces, de su campestre asiento. Alzándose brioso Jaungoñi, dice así: «Bien late en vuestros pechos el mismo sentimiento Que antaño ha enardecido los pechos de otros mil.
Los pechos, sí, de aquellos que amaron esta tierra, porque en su amor sentían la plétora de Aitor, ¿a quién, pues, de nosotros, vascones, hoy aterra la lucha que sangrienta se agita al derredor?
Luchemos por los campos, que mil victorias dieron a nuestros bravos padres, por Dios y nuestro hogar. «¡Independencia o muerte!»—y todos respondieron: «¡independencia o muerte! ¡o muerte o libertad!»
Si de Aralar pretenden destruir la raza joya, de Euzkadi, en pos corramos; ¡por Dios y San Miguel! Y allá abriremos ¡aúpa! a su ambición una hoya, do oculte su vergüenza la prole de Ismael.»
Al ¡aúpa! belicoso mil veces repetido se postran dando el rostro al monte de Aralar, y alzan a Dios la súplica que el Ángel aguerrido de sus mesnadas sea celeste Capitán.
(29 Septiembre, 1924)
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