Es una constante que nuestros hombres políticos pasen a mejor vida (nunca mejor empleada la expresión) sin haber dejado nada escrito. Aguirre nos legó su andadura política hasta la Revolución de Asturias y su dramático periplo en fuga de los nazis. Landaburu, un llamamiento a la juventud. Irujo, su infinito epistolario. Solaun, su cuaderno de notas, que habrá de ser descifrado como la piedra de Roseta. Ajuriaguerra, Lasarte, Jáuregui, Arredondo, Arteche, Ciáurriz, Eliodoro, Horn, etc., etc., nada. Nada de nada.
Tenemos entre nosotros a Leizaola, como una roca. 85 años. Con la mente lúcida, entera, repleta. Firme y fresco como un abedul. Con el estómago como una caldera de remolcador. Lo sabe todo. Recuerda todo. Pero se niega a escribir sus memorias. Sostiene la teoría de que todas las memorias constituyen simplemente una autojustificación. Y por tanto falsean la Historia.
Y como Leizaola es un hombre de convicciones graníticas se niega a escribir.
De ahí la importancia de la iniciativa de Blasco júnior. Extraer del pozo, cubo a cubo, lo que el pozo se niega a verter.
Leizaola ha sido objeto de ataques personales virulentos. Especialmente sangriento el de Krutwig, así como en general, los provenientes del ámbito de ETA. El anti-leizaolismo se puede resumir en el juicio que de él hace Moran en su libro "Los españoles que dejaron de serlo". Y la interpretación de este autor sobre el nombramiento de Leizaola como lehendakari a la muerte de Aguirre. Según él, al fallecimiento del lehendakari Aguirre, Ajuriaguerra acudió apresuradamente a París para imponer a leizaola, por más manejable, frente a otros de mas talla humana y política.
Personalmente no comparto estos juicios. Lo de Krutwig no quisiera ni tenerlo que comentar. Conteniendo mi juicio, digo simplemente que se trata de un exceso verbal injustificable, insultante y punible.
Y Moran, a mi juicio, se equivoca. Ajuriaguerra no fue a imponer a Leizaola. Fue porque tenía que ir ante la magnitud de la pérdida. Y luchó, como los demás, a brazo partido, para que Aguirre tuviera un sucesor. Era algo políticamente vital. Y ante las presiones para que no hubiera un sucesor (entre otros, de Tarradellas, que hizo todo lo que pudo para evitarlo), se nombró a Leizaola y se puso a las instituciones republicanas ante el hecho consumado. No había previsión legal. Pero de haber lehendakari había de ser Leizaola. Simplemente porque era el vicepresidente.
Leizaola tuvo un gran handicap. El haber tenido de antecesor a un Aguirre. No tanto por las indiscutibles cualidades de líder de acción que poseyó José Antonio. Sobre todo, porque Aguirre vivió con apoyos importantes y pudo desplegar una acción importante. Aquel hombre, de un optimismo inquebrantable, murió abatido. O lo mató el abatimiento de la traición y del abandono político. El pueblo vasco no debe olvidar a Aguirre. Pero tampoco debe olvidar la circunstancia política que causó su muerte y la gran decepción de los nacionalistas vascos. Porque es toda una dura lección política para un pueblo ingenuo.
Leizaola heredó la decepción colectiva y el ostracismo político. Veinte años con las manos atadas manteniendo el testigo de la legitimidad. Hasta que murió el dictador y comenzó un nuevo periodo político. Uno tras otro murieron todos su compañeros nacionalistas miembros del Gobierno vasco. Y Dios le dio larga vida para entregar el testigo a Garaikoetxea en Gernika.
Blasco júnior nos da, en su largo interrogatorio, la semblanza de un hombre sencillo de personalidad compleja. Con carácter propio, en medio del variado equipo de hombres que guió al nacionalismo vasco en los años treinta y en la post-guerra.
Frente al activo Aguirre, al temperamental e impulsivo Irujo o al duro y tenaz Ajuriaguerra, Leizaola pasa por "avefría". Pero Leizaola no solo fue el único alto funcionario del equipo nacionalista. No solo ha sido el político cauto, ordenado, acostumbrado a la objetividad y al metódico curso procesal de los expedientes. Es, además, un poeta sensible. Hombre de una profunda afectividad, soterrada en una amplia percepción del sentido de la Historia. Un contemplativo e intérprete de la Historia. Imperturbable. Desesperante para quienes se acercan a él en busca de recetas de acción. Pero inagotable para quienes buscan soluciones inmersas en una perspectiva histórica. De la que por cierto tan ayunas están las nuevas generaciones.
Leizaola, en su ancianidad, es como una roca azotada por el mar. Vivió en su entorno infantil el eco de las guerras carlistas, de la destrucción de San Sebastián. Fue protagonista destacado de la hecatombe del 36. El último miembro del Gobierno en evacuar. Bilbao Padeció muy de cerca la segunda guerra mundial. Cristiano, occidental (pero con gran respeto a los rusos), demócrata, honesto y conciliador.
Desde la atalaya de sus 85 años nos deja su experiencia: "La convicción de que el mundo no se acaba porque ocurra un drama de estos, sino que las familias se reconstituyen, prolifican, restablecen su status, una situación, y continúan. No puede uno encerrarse en la desesperación de que no hay más allá. Hay más allá, por duros que sean los hechos".
Y un mensaje final a nuestro pueblo: "Que tenga esperanza y que sepa que del trabajo sale todo”.
Por: Xabier Arzalluz
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