En la muerte de Gabriela Mistral
Sucedió aquello hace muchos, muchos años. Y fué para Gabriela Mistral una luminosa revelación.
"Por algo— dijo ella, brillándole los ojos cómo estrellas—. Los sentía yo de siempre tan cerca de mi corazón. Hábleme usted de los Vascos”.
Y la amiga, que la había guiado por la raíz viva de su ALCAYAGA hasta el solar vasco, le habló sin pausa ante su apremio, de la vieja Euzkalerria. La recobró para nosotros, la hizo arder con nuestra pasión peregrina, sufrir nuestros dolores y alcanzar para nuestros hijos, como una ofrenda, la honda ternura hecha canción de cuna.
Así se levanta de arrebatada su voz en los "recados" de TALA, donde el ansia tremenda de su maternidad insatisfecha se desborda dolorida: “Es mi mayor asombro, podría decir también que mi más aguda vergüenza, ver a mi América Española cruzada de brazos delante de la tragedia de los niños vascos. En la anchura física y en la generosidad natural de nuestro Continente, había lugar de sobra para haberlos recibido a todos evitándoles los lugares de lengua imposible, los climas agrios y las razas extrañas. El océano esta vez no ha servido para nuestra caridad, y nuestras playas, acogedoras de las más dudosas emigraciones, no han tenido un desembarcadero para los pies de los niños errantes de la desgraciada Vasconia. Los vascos y medio vascos de la América hemos aceptado el aventamiento de esas criaturas de nuestra sangre y hemos leído, sin que el corazón se nos arrebate, los relatos desgarrantes del regateo que hacían algunos países para recibir los barcos de fugitivos o de huérfanos. Es la primera vez en mi vida en que yo no entiendo a mi raza y en que su actitud moral me deja en un verdadero estupor".
Algo debió cambiar más tarde la opinión de Gabriela, porque al fin, sí hubo desembarcaderos en esta América saya, pero siempre quedó, lágrima cristalizada y convertida es joya, esta amargura del principio. Ella había dado desde el comienzo cuanto podía dar su voz y su llanto, parte de esa inagotable ternura en que está como sumergida, toda su obra poética. Tenía la esperanza, de que Chile, al que ella reconocía ser "el país más vasco de América", cambiaría su indiferente actitud; pero mientras, y vasca al fin, a Dios rogaba sin dejar de dar con el mazo. Destinó el producto de su libro TALA a los niños vascos y aun advierte severa en sus páginas, porque nadie les regatee lo que tan de sí misma da ellos.
Ruego que no despojen a los niños vascos las editoriales siguientes que me han pirateado los derechos de autor de DESOLACIÓN y TERNURA, invocando el nombre de esos huérfanos: la Editorial catalana Bauzá y la editorial Claudia García de Uruguay, son las autoras de aquella mala acción”.
Así era ella de clara como el agua de sus arroyos del valle de Elgui, limpia y pura, pero firme como la nieve secular del Pirineo originario. Y al ser de su ser más íntimo lo atribuía a la raíz vasca que la une en el doble paisanaje de América y Euskalerria, con Sor Juana Inés de la Cruz a la raíz vasca que la enardeced en el retrato gemelo del salvadoreño Salarrue:
"Cuando pienso en los núcleos personales de americanidad pura con que cuenta a Dios gracias— nuestro Continente descastado, me viene entre los primeros este nombre de SALARRUE (fusión ardiosa de dos apellidos) y veo al dueño de esa racialidad que le amo tanto y oigo su prosa como quien escucha cafetal o plantel de caña. Retengo la imagen física y entreno la oreja mucho tiempo, hallo una dicha grande en comunicaciones con criatura de veras nuestra.
"El Hombre es un vasco hermoso" y limpio como una copa de plata, hecha por la madre con la mejor plata humana, y así luce, por donde lo vuelvan, de honradez,- de claridad y de firmeza.
"El vasco, criatura acérrimamente concreta, se entró con denuedo por esos bosques con nieblas y fuerzas a contorno los materiales de Oriente, en los que tantos se enredan y se tumban".
Ser vasco y saberlo desde la nacencia; obliga, pero tener que aprenderlo y entregarse tan de veras, con tan gozosa ufanía, es cosa de verdad tan grande que sólo cabe en almas como la de Gabriela. La sola palabra actuaba en ella como un conjuro, como acicate de la soterrada raíz racial. Lo vasco encamaba para ella las supremas virtudes y fué acaso ésta la menos cristiana de sus excelencias, A Victoria Ocampo, en el último de los poemas de TALA la explica así por mejor explicarse:
Te quiero porque eres vasca y eres terca y apuntas lejos,
a lo que viene y aún no llega
Me pregunto si los vascos que la amamos, le dijimos a Gabriela cuánto y cuan hondo era nuestro amor por ella... Me alarma que haya muerto (no quería yo escribirlo porque su muerte no se me alzara tan sin remedio), sin recibir en el amplio estadio de su corazón esta peregrinación constante y viva de nuestros afectos... y que ahora sea demasiado tarde.
Pero tal vez algún día, cuando nuestra peregrina alforja cuelgue de la rama de un roble vasco, como maltratado exvoto de nuestra fe y hagamos el recuento nostálgico de las buenas semillas que nos depararon los caminos americanos, tan sembrados de nosotros mismos, esta apasionada ternura de la hermana Gabriela, tan generosa y calmante, hallará en un rincón apacible y soleado de Euskalerria, la tierra para crecer su regreso y dar su fruto, en una voz que sea nuestra y sea suya. Voz de la Raza que tan bien se ajusta al ritmo de su canción de cuna, fundamental y eterna.
Euzko Deya de México (Febrero, 1957)
Por: Cecilia G. de Guilarte
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