Gabriela Mistral
Se fue hacia la eternidad. Su espíritu torturado, y su alma de poeta apasionada, frenética, desgarrada.
Nacida en un pueblito enterrado en un valle rodeado de inmensas montañas andinas, llevaba sangre vasca en sus venas. Describía, graciosamente a su madrecita vasca. Menudita, rubia, deliciosa y alegre, con sus rientes ojos azules "y su resulta manera de ser. Adoraba a esta mujercita, y su amor y recuerdo la acompañaban dondequiera fuese. El retrato de la madrecita querida lo llevaba siempre consigo, y lo tenía en el sitio de honor. Por ella sentía gran simpatía y -afecto por el país euzkaldun y todo lo que a él se refería encontraba eco en su corazón.
Rindámosla los vascos nuestro profundísimo, homenaje a esa mujer nacida en un valle profundo y casi desconocido entre los mil que habrá en esa cordillera andina, y cuyo nombre pasa hoy de boca en boca, por todos los ámbitos del mundo. Lucila Godoy Alcayaga. "GABRIELA MISTRAL".
LA ORACIÓN DE LA MAESTRA
¡Señor! Tú que enseñaste, perdona "que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra.
Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.
Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta que sube de, mí cuando me hieren. No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé.
Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es CARNE DE MIS CARNES. Alcance a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y a dejarte en ella clavada mi más penetrante melodía, para cuando mis labios no canten más.
Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada día y de cada hora por él.
Pon en mi escuela democrática el resplandor que se cernía sobre tu corro de niños descalzos.
Hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre; hazme dsspreciadora de todo poder que no sea puro, de toda presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida.
"¡Amigo, acompáñame! ¡Sosténme! Muchas veces no tendré sino a Tí a mi lado. Cuando mi doctrina sea más casta y más quemante mi verdad; me quedará sin los mundanos; pero Tú me oprimirás entonces contra tu corazón, el que supo harto de soledad y desamparo. Yo no buscaré sino en tu mirada la dulzura de las aprobaciones.
Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal de mi lección cotidiana.
Dame el levantar los ojos de mi pecho con heridas, al entrar cada mañana a mi escuela. Que no leve a mi mesa de trabajo mis pequeños afanes materiales, mis mezquinos dolores de cada hora.
Aligérame la mano en el castigo y suavízame más en la caricia. ¡Reprenda con dolor, para saber que he corregido amando!
Haz que haga de espíritu mi escuela de ladrillos. Le envuelva la llamarada de mi entusiasmo su atrio pobre, su sala desnuda. Mi corazón le sea más columna y mi buena voluntad más oro que las columnas y el oro de las escuelas ricas.
Y, por fin, recuérdame desde la palidez del lienzo de Velázquez, que enseñar y amar intensamente sobre la Tierra es llegar al último día con el lanzazo de Longinos de costado a costado.
A. César Duayen
(Febrero, 1962)
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