O que sucede en el Sahara Occidental, aunque está poblada por pocos centenares de miles de habitantes, y tiene una extensión mayor de la de Gran Bretaña, no ha surgido de la noche a la mañana. La protesta popular saharaui, con acampada de decenas de activistas en Guergarat, una zona clave en el transporte de mercancías entre Rabat y otras capitales subsaharianas desde Mauritania, no es una anécdota. Guergarat se encuentra al suroeste del país, donde finaliza, cerca del mar, el sexto muro de piedras y arena construido por Marruecos para controlar al Frente Polisario, que considera ilegal este paso y la franja en la que se sitúa. No olvidemos que, en la Marcha Verde, en 1975, acamparon, en la todavía provincia cincuenta y tres de España, cincuenta mil civiles marroquíes. Hay otras versiones que aumentan las cifras, con casi tantas o más personas que los saharauis que residían en aquel momento en la zona, y en un contexto en el que la dictadura franquista daba paso a un nuevo gobierno que abandonaría el territorio al año siguiente. Era también el fruto de algunas maniobras del rey Juan Carlos para obtener, a cambio, el apoyo estadounidense a la monarquía. Ese año, las tropas españolas se retiraron, y Marruecos, junto con Mauritania, que apenas se mantuvo tres años, ocupó la zona. El Frente Polisario continuó con la guerra de guerrillas y proclamó la República Árabe Saharaui Democrática.
En el desarrollo de la guerra, el Frente Polisario realizó algunos avances al principio, pero luego se inclinó la balanza bélica hacia Marruecos. En 1991, ambos contendientes habían acordado un alto el fuego, pero ahora, con ocasión de las escaramuzas en Guergarat, se ha declarado su fin por parte del Frente Polisario. Tras las acciones civiles, el ejército marroquí ha intervenido y se ha activado la declaración del presidente de la RASD, Brahim Ghali, que había dicho: "Cualquier agresión a cualquier saharaui civil fuera del muro de la vergüenza en la región de Guerguerat será considerado una declaración de guerra".
Marruecos, en estos más de 45 años, ha ido consolidando la invasión del territorio saharaui con la entrada de ciudadanía marroquí para que los saharauis, además de ver mermados sus derechos y ser sometidos a un régimen en el que los derechos humanos brillan por su ausencia, se sientan en minoría en su propio territorio. De ahí provienen las numerosas intifadas de protesta. Además, hay más de cien mil militares marroquíes y cuatro millones de minas en torno a los muros que, por cierto, se desminaron en algunas zonas y se abrieron en once ocasiones para el Rally Dakar hasta que murió un piloto a causa de una mina. Hay muertes que tienen más valor que otras.
La ONU, a pesar de sus decisiones para la realización de un referéndum de autodeterminación, ha tratado el conflicto con tal pasividad que el contexto de ausencia de avances significa un espaldarazo en la práctica al reino marroquí. Y la campaña de protesta en Guerguerat, por tanto, ha sido un intento de enviar un mensaje a Marruecos, y a la comunidad internacional, de que el proyecto de soberanía saharui sobre todos sus territorios sigue vivo, y de manifestar su apoyo y hermanamiento con las tropas del Frente Polisario.
Han sido, pues, tres décadas en las que un alto el fuego no ha significado la llegada de la paz que, como sabemos, no es la ausencia de guerra. Para hablar de paz, o simplemente para que no se emponzoñase el conflicto existente desde hace cuarenta años, Marruecos, Mauritania, Argelia y el Frente Polisario ya se habían reunido en diciembre de 2018. Horst Köler, expresidente alemán, mediador de la ONU en esta cuestión, generó alguna esperanza para avanzar en la resolución del conflicto, pero no fue posible. Ahora nadie lidera ese reto en el que el Frente Polisario sigue reivindicando un referéndum, como ejercicio del derecho de autodeterminación, según la propuesta de la ONU. Marruecos ha potenciado la entrada al Sahara Occidental de una importante población para colonizar y equilibrar el resultado ante un posible referéndum y ofrece una autonomía bajo su mandato. El caso es que los partes de guerra diarios hoy, con las escaramuzas del Frente Polisario, son reales y las posibilidades de que el conflicto derive en una situación imprevisible que traiga más muerte y sufrimiento a la población son muchas.
Se ha encendido ya la mecha de un polvorín soterrado que dura demasiados años. Gran parte de mujeres, niños y niñas saharauis de la RASD tienen una vida muy frágil en los campos de refugiados en territorio argelino. Su modelo económico comenzó siendo de supervivencia con recursos dependientes de la ayuda humanitaria y la realización de actividades de forma solidaria por parte de la propia población. En los últimos años, además de estas actividades, se van desarrollando transacciones comerciales, de prestación de servicios y de construcción. Pero muchas personas jóvenes siguen yendo a estudiar a Argelia o a otros países de Europa después de la enseñanza primaria. Y un porcentaje muy elevado de hombres están militarizados, lo cual quiere decir que ven con cierta lógica una respuesta armada. Esos más de cien mil marroquíes armados, al otro lado del muro, también pueden responder a esa cultura de la violencia que ya se está destapando. Y eso no quiere decir que esas personas son las que toman la decisión de realizar una acción militar, aunque ya se encarga la estructura militar de alimentar su odio hacia "el enemigo", es el estilo de relaciones internacionales que prevalece hoy en nuestro mundo. ¿Por qué lo asumimos con tanta frialdad mientras esperamos determinadas cifras de muertes manifiestamente evitables?
Hay personas en Euskadi con vínculos en el Sahara que conocen la situación y reciben mensajes de preocupación por el alistamiento de seres queridos. ¿Cómo y cuándo volverán a casa, si vuelven? ¿Tiene sentido que se produzca una sola muerte en este conflicto?
Marruecos cuenta con el apoyo de Estados Unidos y Francia. La UE había pedido que se ejerciese el derecho de autodeterminación, pero con la boca pequeña. Marruecos controla los fosfatos y la gran extensión de costa con vistas a los derechos de pesca, que también pone en venta, y guarda un as en la manga con el tema de la inmigración. España titubea porque tiene grandes intereses comerciales y observa el reflujo de una parte de inmigrantes provenientes de sus cercanas costas, que determinadas visitas ministeriales no han podido ralentizar.
¿Qué importa que unos centenares de miles de personas vivan en unas condiciones nefastas para la dignidad humana y para la salud, en el desierto, con enfermedades de todo tipo en un pueblo que anteriormente era nómada y ahora es terriblemente sedentario?
Un documental titulado Solo son peces, que ha sido nominado este año a los premios Goya, explica con austeras y significativas imágenes cómo unas mujeres intentan sacar adelante, en uno de los campos de refugiados de Tinduf, un proyecto para que sea viable una piscifactoría en el que los peces han sido llevados desde otros lugares lejanos. Necesitan una temperatura determinada y unos cuidados específicos para sobrevivir y si no se dan estas condiciones se mueren. No es más que una parábola de la situación tan delicada en la que vive esa población que tiene tantos problemas para la supervivencia. Y eso sin el contexto de una guerra en torno al Yidar, el conjunto de muros de más de 2.700 kilómetros que divide en dos la ex provincia española cincuenta y tres, con radares, carros blindados, aviones, cohetes, artillería, minas antipersonas y antivehículos, alambre de espinos, fosos, y armas de todo tipo, pero, ante todo, con personas de rostro y sentimientos humanos a uno y otro lado en una guerra casi silenciada.
Por: José Serna Andrés (escritor)
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