Cuando leo declaraciones del nacionalismo vasco, en general, no me causan inquietud sino respeto y consideración. En cambio cuando aparecen puntas merecen mi repulsa más absoluta, en general pronunciadas por personas conocidas en Francia como defroquès. Pasadas las puntas regresa la democrática tranquilidad, pero mientras tanto me he colocado al lado de las agredidas. Sea la prensa libre, se el ataque a concretos intelectuales. Siento entonces una adhesión absoluta.
Sin embargo, pasados los días y pasadas las puntas, me entra un gran desasosiego. Me he sentido cercano a estos intelectuales cuando han sido agredidos verbalmente, pero inmediatamente recuerdo la misma falta de tranquilidad y temor que siento por las puntas del nacionalismo español. Puntas que casi siempre tienen también el origen en la mitología, en la falsa historia o en la sobreposición de los derechos colectivos sobre los derechos individuales. Localizar a un nacionalista catalán o vasco es fácil porque dicen que lo son. Incluso en algunas ocasiones lo dicen con tanto énfasis que se puede creer que el nacionalismo predomina sobre lo democrático.
Localizar a un nacionalista español es bastante más difícil. En feliz parte porque no tienen ningún pariente, por lejano que sea, que utilice ahora la violencia. Los tuvieron y buena que la organizaron, pero ahora no los tienen. Es difícil localizarlos porque se camuflan y afirman “que conste que no soy nacionalista español” después de haber pronunciado duros ataques contra el nacionalismo vasco o catalán. Quienes somos partidarios de los distintos derechos nacionales individuales sin ser nacionalistas aparecemos en tierra, aparentemente, de nadie.
Llegados aquí hay que establecer unos sistemas para detectar a nacionalistas españolistas. El primero que utilizo es hablar de Sabino Arana y sus textos oprobiosos acerca de la igualdad de los hombres. La confraternidad que establecemos queda rota si uno añade que el PNV debería desautorizarlos explícitamente aunque debería mantener el reconocimiento a lo que Arana supuso para la defensa del euskara y de otras características del pueblo vasco.Peor se van poniendo las cosas si comparas dichos textos desgraciados con otros tampoco democráticos de los vascos españolistas Maeztu o Unamuno. ¿A qué viene la comparación?, te preguntan. Y viene a cuento porque las ideas se interrelacionan y, en este caso, desde el canónigo Llorente. Atacan justamente a Arana pero no a los nacionalistas españoles y han llegado a preguntarse con todo descaro ¿Quién teme al nacionalismo de los liberales españoles? Y uno debe contestar que está entre los asustados porque cuando hablaban de lenguas o de derechos históricos o colectivos dejaban de ser liberales. Leamos a Azaña cuando da por supuesto que los castellanos son de primera división y el resto de españoles, de segunda.
Otro método de detectar nacionalistas españoles es hablar de algún hecho decisivo de la historia de España. Así leí con estupefacción el concepto que un historiador gallego radicado en Madrid tenía de la Guerra de Sucesión: una lucha puramente dinástica y con una dimensión básicamente internacional. Si hubiese sido así, es difícil entender el porqué la lengua catalana fue tan duramente reprimida a partir de 1714, o bien porqué las Cortes de los cuatro territorios de la Corona de Aragón fueron laminadas. Incluso el más inocente se escandaliza al saber que quien gobernó a partir de entonces en toda España era el Consejo de Castilla.
Sin intentar renovar polémicas, es curioso cómo los nacionalistas españoles reaccionan inmediatamente cuando se hace la menor objeción a ideólogos y creadores que no son prístinamente democráticos, tales como Jünger, Nietzsche, Heidegger o Sánchez Mazas. No tienen bastante con que afirmes, sinceramente, que en algún caso admiras aspectos de su obra sino que exigen que los consideres como democráticos y que no tuvieron arte ni parte en la formación del totalitarismo de derechas. Incluso no ven ni asomo de pureza racial en la novela Rosa Krüger.
Otra característica es lo mucho que sufren por la supervivencia del castellano en Puerto Rico. Ahora se preocupan de la suerte del castellano en Cataluña cuando dispone del 91% de las radios privadas, el 80% de las televisiones y el 95% de la Administración de justicia. Uno de estos sumergidos nacionalistas españoles acaba de estar en Barcelona presentando un libro, que no es de filosofía, al que tituló de tierno y de que tenía aire juvenil. En realidad una de las cosas que se hace en este libro es justificar a los catalanes del Vichy catalán que después de 1939 oprimieron la libertad en general y la del catalán en concreto. Afortunadamente, por denunciar este tipo de justificaciones y defensas, nada tiernas ni juveniles, soy descalificado en dichas páginas. Esta defensa actual y camuflada de la represión contra las diversas lenguas se presenta como anti-pujolismo y no como anticatalanismo. Digamos por último que no son, afirman, nacionalistas españolistas pero jamás escribirán centralmente a favor de las lenguas que no sean el castellano.
Ante esta situación, unos se encuentran entre dos fuegos cruzados, entre dos nacionalismos. Somos quienes creemos que los derechos nacionales son derechos individuales tan elementales como los de epresión o de voto. Esperemos, y así ha sido con frecuencia, que los nacionalistas vascos, castellanos o catalanes insistan en sus aspectos más liberales y nos entendamos.
Por Ernest Lluch
*Caztedrático de la Universidad de Barcelona
(El Correo, 3 de Mayo de 1997)
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