Solitario a medias, rebelde ideológico, miope desde siempre, con un breve paso por el fascismo como podía haber pasado por el comunismo gracias al enorme interés que despertaron sus contradicciones, dominador de la lengua, un islote del euskera en Castilla, Antonio Tovar puede ser definido como un erudito de la verdad bajo el poderoso influjo del idioma: desmitificado, justo y misterioso. Los galardones le han llegado tarde. Siempre ocurre lo mismo. Una poderosa voz sobre el euskera desde fuera de Euzkadi. Un viento castellano.
—DEIA: Se dice de usted que fue un niño solitario y que desde muy pronto escribe y teclea el piano recibiendo clases de música...
— ANTONIO TOVAR: Bueno, eso es cierto sólo a medias... No fui un niño solitario rigurosamente hablando... Fui, eso sí, un niño extremadamente miope. En aquellos tiempos a los niños no se les ponían gafas, ni había gafas irrompibles ni esas cosas que hay ahora, ni se iba al oculista. Se decía: este chico ve mal... Por consiguiente no es que fuera muy solitario, sino que en los juegos yo siempre tenía mucha desventaja y no me animaba a jugar. Entonces me encerré mucho en casa y una de las cosas que hice de chico fue aprender música que, además, por supuesto, me gustaba mucho.
—D.: Hábleme de su entorno, del ambiente familiar y cultural en el que usted creció...
—A. T.: Mis padres eran de una mentalidad muy conservadora, muy antigua, en medio de una España eminentemente rural. En aquel entonces se vivía en los pueblos... incluso la profesión de mi padre, el era notario, implicaba un cierto grado de conservadurismo. Debido a su profesión cada dos o tres años nos trasladábamos de un sitio a otro y eso hacía que la familia fuera una unidad un poco cerrada, ya que llegamos a vivir en lugares muy distintos. Uno de los lugares en los que viví en mi infancia fue Elorrio, una notaría en la que no estuvimos por mucho tiempo, de cualquier modo. Mi padre era un nombre al que le gustaba cumplir bien y, claro, allí la lengua era una barrera efectiva: el verse forzado a trabajar con intérprete no le dejaba tranquilo pensando que la gente podía no estar debidamente atendida. De modo que, tras unos meses en Elorrio, allá por 1912, nos fuimos a Castellón... Siempre guardamos un grato recuerdo de Elorrio y de su gente. Mis primeras palabras, jugando con los niños allí, en sus calles, fueron en vascuence... aunque, claro, esas primeras palabras infantiles fueron olvidadas por desgracia.
—D.: Tal vez como reacción, ¿fue Antonio Tovar un joven ideológicamente rebelde?
—A. T.: Sí lo era, aunque en un sentido estrictamente ideológico o intelectual, no en el sentido de oponerme a lo que decidían en casa. Por ejemplo, mi vocación cuando estudié el bachillerato era de Letras y, sin embargo, me mandaron al Escorial, al Real Colegio de Estudios Superiores, a estudiar Derecho. Allí pasé tres años estudiando o, mejor dicho, cursando Los estudios de Derecho, que fui aprobando holgadamente, aunque no aprendí mucho.
No tenía ninguna vocación y aproveché ese tiempo en aprender griego y alemán... De todos modos, guardo un buen recuerdo de los agustinos...
«Breve paso por el fascismo»
Antonio Tovar es un erudito, pero su manera de expresarse, espontánea, desordenada, casi atropellada, no encaja con la imagen tópica que, generalmente, se tiene del erudito: sistemático, científico y poco amigo de digresiones. El las hace como recreándose en lo aparentemente anecdótico... Tal vez, sin saberlo, me hace partícipe de historias vividas en el pasado, historias que su memoria rescata con gozo y que comparte con gusto dejándose llevar más lejos de sí mismo y de su sabiduría.
—D.: Aunque me apresuro a negarlo, alguien me había dicho que era usted un hombre de carácter seco e incluso cortante. Llegué a creer que Antonio Tovar fuese distante y casi malhumorado, y veo que es todo lo contrario...
—A. T.: Lo que pasa es que a los viejos se nos pone mal genio... Le molestan a uno muchas cosas pero no es por mal carácter, son cosas de la edad... Lo que sí acepto es que me puedo alejar de una persona si no me interesa y entonces, sí, puedo ser un poco indiferente y un poco frío. En este sentido, los castellanos quizás somos también un poco como los vascos.
—D.: ¿Juega usted acaso el papel de hombre serio al que casi le divierte inspirar miedo?
—A. T.: No, en absoluto... Ni tan siquiera me tomo en serio a mí mismo. Tengo mucha ironía de mí mismo y de todo lo que hago. No crea usted que pienso estar descubriendo América...
—D.: De todos modos dígame qué actitud humana puede llegar a irritarle a usted de verdad...
—A. T.: La ignorancia y la intolerancia. Esa gente que, no sabiendo nada, cree que lo sabe todo y deciden en política o en cultura... Eso me molesta mucho. Y la intolerancia siempre me ha molestado aun en mis épocas, digamos, fascistas. Siempre he sido una persona preocupada por entender lo contrario... Y a veces lo contrario me gusta muchísimo. He podido pasar casi por el comunismo, casi por el fascismo... Y he pasado junto a ellos por el enorme interés que despertaron en mí a pesar de sus contradicciones...
—D.: Será Antonio Tovar de las pocas personas que en este momento reconozcan haber sido fascistas sin tener tampoco, la obsesión de justificarse. No es que yo le pida que lo haga, pero sí me gustaría saber si su fascismo fue sentido o si usted fue atrapado por unas circunstancias...
—A. T.: Hay que decir que Alemania tenía un prestigio intelectual increíble en España en los años de mi juventud, de manera que todos los que queríamos ser profesores o intelectuales nos considerábamos casi obligados a hablar alemán. Sin duda alguna, hasta Hitler, las universidades alemanas eran las mejores del mundo. Hitler, naturalmente, acabó con todo, pero el sistema de universidad alemana de entonces era muy bueno. Además, Alemania era el país industrial más avanzado de Europa. Por otro lado, Hitler supo presentar su actuación de los primeros años como la causa que había posibilitado todo aquello, sacando al país del caos, etc.. Esa admiración, esa influencia duró hasta el año 36, cuando Alemania pasó a ser la Alemania hitleriana en la que ya empezaban los horrores... Es cierto, me atrajo aquel país por la imagen que logró dar Hitler al principio, unido al estado de cosas, realmente lamentable, que se creó en España a partir del Frente Popular... Es también evidente mi pasado de veinte años dentro del régimen de Franco. Empecé una carrera política que era muy brillante. Era un régimen atroz y en la España aquella, tan atrasada, donde no había mucha gente que supiera lenguas, serví de intérprete en las negociaciones con Hitler... Ascendí y llegué a subsecretario con Serrano Suñer. Ciertamente mi paso por la subsecretaría, cuatro o cinco meses, fue muy breve. Cesé el día que cumplí treinta años, es decir, el 17 de mayo de 1941. En realidad, salí del Gobierno porque era el momento en el que Franco ya empezaba a darse cuenta de que le convenía echar a Serrano Suñer la culpa de todas las relaciones con Hitler, y entonces le quitó el Ministerio del Interior. La verdad es que no tenía vocación y no me interesé mucho ya en la política.
—D.: Usted habló con Hitler en varias ocasiones. ¿Cómo lo recuerda?
—A. T.: Hitler era como son los alemanes muchas veces: una máquina. Es decir, era un hombre que había decidido ser lo que era y jugaba a ser Hitler, un actor, y no tenía la menor espontaneidad, de modo que todo en él era programado, contenido, dirigido...
—D.: Antonio Tovar llega a Salamanca recién casado con Chelo Larrucea, vallisoletana de ascendencia vasca. ¿Influyeron algo las raíces de la familia de su esposa en su deseo de conocer y explicar el euskera?
--A. T.: Sí, ciertamente. Larrucea, el padre de mi suegro, era un socio de Sota en los comienzos de la minería de Bilbao. Era uno de aquellos a los que Sabino Arana llamaba, creo, los «euskalerriakos», en fin, regionalistas, nacionalistas... Incluso llegó a ser candidato a concejal. De todos modos, debo decir que antes de conocer a mi mujer estuve un año en Madrid en el Centro de Estudios Históricos, al terminar la carrera cerca de Menéndez Pidal. Hubo allí una gran curiosidad por las lenguas primitivas de la península, cosa que ya por entonces me interesaba mucho y, ¡claro!, había que estudiar vasco.
—D.: Fue usted un rector joven. Ser rector en Salamanca parece que imprime carácter...
—A. T.: Sí, fue una cosa importante para mí'. Me lo tomé muy en serio y trabajé mucho. Quise hacer muchas cosas, aunque la mayoría de ellas no salieron. Me costó dejarlo. Francamente me dio mucha pena e, incluso, sufrí una pequeña crisis...
Ausencia enriquecedora
—D.: ¿En qué momento comienza su autoexilio?
—A. T.: Vivimos en Salamanca desde el 42 hasta el 58, hasta que pudimos arreglar las cosas, porque con cinco chicos pequeños que teníamos no se va uno al exilio así como, así, y más cuando no se va a hacer un exilio político, sino que más bien uno piensa: «Hay que buscarse algún puesto por ahí, para trabajar donde no te moleste nadie»... De manera que cesé en la primavera del 56, marchando a la Argentina en enero del 58.
Más tarde he estado viviendo en Alemania, en Estados Unidos... un total de casi veinte años ininterrumpidos fuera de España, aunque viniendo, naturalmente, en vacaciones.
La casa de Antonio Tovar es grande y luminosa. Su biblioteca enorme y suficientemente desordenada. Entra Chelo, su mujer, y me cuenta que ahora ella escribe también. Me muestra un pequeño libro verde, que acaba dedicándome, sobre Historiografía Lingüística escrito en inglés. «Ahora que todos los chicos se han casado puedo hacer esto. Ha sido costoso porque, como verán, es una exhaustiva recopilación de datos y he tenido que andar mucho por bibliotecas. Pero me ha compensado. Así le hago un poco la competencia». Los dos ríen y noto en esa risa mucho de complicidad...
—D.: Con un cierto cinismo respecto del drama humano que siempre significa, podría pensarse que el exilio, a veces, ha facilitado el enriquecimiento profesional y académico del que lo padece. ¿Ha sido ése su caso?
—A. T.: Sí, sí, claro... He visto cómo son las universidades, cómo es la educación y cómo es el progreso del mundo, todo lo cual, dentro del régimen de Franco, era imposible de percibir. El país vivía con muchos años de retraso, todo estaba muy anticuado. En ese autoexilio —como usted lo llama— aprendí muchas cosas. Por ejemplo, pude dedicarme a las lenguas americanas, que es un asunto que me interesaba mucho y al que había llegado por el vascuence...
—D.: ¿Había llegado por el vascuence?
—A. T.: Bueno, sí. Porque verá usted... Todas las lenguas corrientes; las lenguas europeas, las lenguas que uno estudia, el griego, el latín, son hermanas: son lenguas indoeuropeas... Uno puede saber alemán, ruso, latín, griego... pero son todas la misma en última instancia a pesar de sus variantes... Salir de este mundo, por ejemplo por el vasco, es darse cuenta de que esto de la lengua humana es una cosa mucho más complicada. De modo que el hecho de la complejidad de las lenguas a partir de la especificidad del vascuence respecto de las demás me hizo interesarme en las americanas. Además le diré que en mi actuación he tenido, muy al estilo antiguo, como nuestros maestros, como Cajal o Menéndez Pidal, una cosa patriótica como de decir ¡hombre, esto en España no lo sabe nadie y es una vergüenza y hay que hacerlo!... Es una pena pero el único vascólogo español no vasco soy yo.
—D.: Una pretensión ingenua y poco científica, supongo, es que usted me diga en qué momento nace el euskera. Pienso que a la gente nos gusta imaginar que incluso las lenguas, algo tan fluido y cambiante, nacen como los ríos...
—A. T.: Usted ve muy bien lo ingenuo de su pretensión... Una lengua como el castellano nace cuando el latín se descompone a través de determinado proceso. Los visigodos todavía, y aún después de los mozárabes, escribían el latín, pero luego la gente hablaba una especie de romance, el que vemos en esas famosas «jarchas», en esos poemas escritos en árabe o en hebreo, mas ya en forma de romance... Quiero decir que podemos hacer una separación, establecer etapas de evolución, porque hay, digamos, una continuidad. Observamos, por ejemplo, palabras vascas en inscripciones romanas, en la época medieval, mas no hay textos vascos hasta el siglo XV o XVI. La información resulta, pues, fragmentaria y parcial y, por consiguiente, no estamos en condiciones de decir: «desde cuando», no podemos hacer una genealogía como en el castellano o como en el alemán, respecto de los cuales tenemos datos históricos y de evolución.
Se tiende a creer que el euskera que aparece en las inscripciones romanas —y tenemos derecho a suponer que estaba allí desde antes de los romanos— era el de ahora... Bueno, sí, es un antepasado pero a lo mejor tan distinto del euskera actual como el latín lo es del castellano. De todos modos, como el euskera no es indoeuropeo, nos vemos obligados a pensar que es un resto de la Europa preindoeuropea. Y la indopeurización es un hecho que se produce en la Península hacia el año 1000 a. C. y, más o menos simultáneamente, en el resto de Europa. Pues bien, la única lengua que pervive tras el proceso de indopeurización, la única que se ha salvado de tal naufragio, otro de sus méritos, es el euskera.
—D.: ¿Se puede hablar en filología de una especie de de-terminismo en virtud del cual sobreviven las lenguas más adaptadas, más competitivas?
—A. T.: Mi opinión es que no. La causa de la pervivencia de lenguas —el euskera es un claro ejemplo— es, primero, la voluntad de la gente de guardarla... En América, le pongo por caso, hay lenguas pequeñas, de indios, que resisten fantásticamente, que están en contacto con el castellano desde el siglo XVI y ahí están y son habladas. Conozco una lengua hablada por dos mil novecientos indígenas perfectamente guardada no obstante su rareza y su dificultad. Es, pues, fundamental el interés que se tenga en que una lengua subsista. También influyen, claro está, las circunstancias... En este sentido una de las causas de la resistencia del euskera es que ha vivido en un ambiente muy ajeno porque se quedó aislada. Una vez que se extinguieron sus parientes vecinos —supongamos que fuese algo pariente, no mucho pero pariente, del Ibérico— ¡se quedó rodeada de latinos, de románicos, de gente que hablaba español o francés, o dialectos románicos. En suma, el ser tan distinta la ha mantenido. Y paralelamente su distinción la hace, asimismo, lo que usted dice, lengua inadaptada porque es una lengua dificilísima y a la que es muy difícil ganar gente, adeptos. Por un lado, aprenderla significa un gran esfuerzo; por otro, su entorno natural, ambiental —el campo, el mar, la minería, la herrería— determinan una gran necesidad de adaptación respecto de otras realidades nuevas... Lo que todos hacemos también porque para hablar de metafísica en castellano o en cualquiera otra lengua recurrimos al griego. Toda esta problemática dificulta la subsistencia de una lengua.
Torpeza madrileña
—D.: El euskera, señor Tovar, estuvo muy perseguido durante la dictadura...
—A. T.: Evidentemente. Los gobiernos de Madrid fueron torpísimos al no crear una universidad vasca. La gente que estudiaba en las provincias vascongadas y en Navarra se tenía que ir a Valladolid o a Salamanca o a cualquier otra ciudad que tuviese universidad.. Eso, era malo también para su relación cultural con su propio país impidiendo, asimismo, el desarrollo de una literatura. El franquismo prohibió la publicación de libros, casi de un modo total, hasta el año cincuenta o cincuenta y tantos y eso para las nuevas generaciones fue fatal porque no tenían más escuela que el castellano. Incluso antes, con la República y el primer estatuto, se desperdiciaron enormes posibilidades de progreso por lo que se perdieron veinte o treinta años, siendo ésta una pérdida gravísima de cara a las nuevas generaciones. En ese sentido sí hubo persecución... Los únicos que hablaban vascuence de verdad y que tenían cultura eran los curas. Toda la literatura vasca es de curas hasta comienzos de este siglo y los grandes cultivadores del vascuence procedían del carlismo: un ambiente muy poco moderno bajo una perspectiva científica. Los que sí modernizaron los estudios vascos fueron Urquijo, que, aunque carlista, era un hombre muy culto, de planteamientos abiertos, y don Resurrección M.a de Azkue, no obstante ambos fueran de origen muy conservador. Hay que significar que tal conservadurismo ha sido también una rémora para el euskera... Además los liberales vascos eran antieuskéricos y lo eran porque no eran carlistas y el carlismo era cosa de curas...
—D.: Parece claro que los procesos de unificación de una lengua se inician cuando esa lengua se convierte en algo reivindicable por una comunidad, en un hecho de naturaleza política...
—A. T.: Bueno, esto es muy general pero no es siempre así. En el caso del español ocurrió algo parecido a lo que usted apunta... El Rey Sabio hizo una política muy determinada a ese fin y contribuyó mucho a que fuera una lengua unificada. Casos parecidos han ocurrido en otros países. Por ejemplo, la lengua francesa ha sido siempre un instrumento de la Corona. Pero contrariamente hay lenguas, como, el italiano, que se han unificado por voluntad puramente, digamos, literaria, sentimental, nacional... Los italianos eligieron la lengua de Florencia, la de Dante y Petrarca, poniéndose de acuerdo en que ésa, y no otra, es la que tienen que hablar. Naturalmente conservan sus dialectos, pero sin dejar que éstos traspasen más allá de la lengua puramente familiar. Habría que añadir que tal vez la misma falta de la unidad política de Italia les hizo ver en la lengua un factor de unificación...
A mi juicio en el euskera este asunto es tanto más complicado desde el momento en que los dialectos tienen mucho arraigo. Usted sabe que ahora mismo hay una cierta resistencia, hacia el batua. La tragedia del euskera radica en que todo el proceso de unificación hay que hacerlo muy deprisa porque, de lo contrario, se acaba... Por un lado, si se hubiera prolongado una situación como la del franquismo, es decir, sin periódicos, sin radio y, sobre todo, sin escuela, no habría nada que hacer... en veinte años el euskera estaba herido de muerte. Pero es que, además, su recuperación dialectal habría impuesto un sistema escolar en tres o cuatro dialectos distintos, por lo menos... Eso es carísimo e imposible. Cómo va usted a educar maestros para que enseñen vizcaíno, maestros para que enseñen guipuzcoano, otros navarro... No se puede. Aunque en literatura, en la vida familiar, en la vida local, el dialecto tenga aún una existencia justificada, el batua es inevitable. Lo que hace falta es que lo hagan lo mejor posible...
Destructor de mitos
—D.: Sus palabras confirman que el euskera es un ejemplo extraordinario de supervivencia. De cualquier modo es evidente que suscita, interesada o desinteresadamente, una cierta valoración como mágica. ¿Es usted consciente señor Tovar de que está destruyendo mitologías, de que está desvelando el misterio?
-A.T.: No. Lo cierto es que mi trabajo se produce al margen de esa eventualidad, no con el afán de destruir mitos sino con el afán de la verdad, que es lo que a un científico le interesa. Tenemos la obligación de descubrir la verdad en la medida en que se pueda… además las mitologías del vasco son muy tenaces…
-D.: Dígame cuántos idiomas habla.
-A.T.: Hablo francés, inglés, alemán, italiano, griego moderno, aunque se me ha olvidado un poco, y también una lengua muy rara del Checo que se llama el matako…
-D.: ¡Qué barbaridad!...
-A.T.: No, ¡Qué va!... bueno, también sé muchas lenguas aunque no las hable realmente.
—D.: Pero ¿cuántas?
—A. T.: No lo sé exactamente. Tal vez cincuenta. Me manejo en ellas. Las leo pero no sé hablarlas. De verdad que no soy un políglota al uso, de esos de los que se dice: «hablaba sesenta idiomas». No.
—D.: Sé que es usted un hombre muy familiar. Además de la familia y la música ¿qué cosas le interesan a Antonio Tovar al margen de la filología?
—A. T.: La gente. El trato con la gente, tener amigos y saber lo que pasa. Porque no estoy encerrado ni aislado. Me interesa mucho todo y tengo muchos amigos en todas partes...
Yo diría que estoy ante una persona conforme, si no feliz, dentro de su propia piel. Se sabe mayor pero no se siente mayor. Por eso acepta los años, sus años, como mera cronología pretendiendo escamotearles su atributo de tiempo. De un tiempo que no ha de volver...
—D.: Una hermosa propuesta que usted nos hace, señala que el camino de la paz en las provincias vascas y en España pasa por la política y de modo muy preciso por la política lingüística. ¿Cuáles son, a su juicio, los principios básicos de una política lingüística equilibrada?
—A. T.: Está claro. Conseguir eso que se puede llamar la normalidad de la lengua, el uso de la lengua como una cosa normal, que uno hable euskera siempre que quiera, en donde quiera y encuentre, por lo menos, comprensión. Y lo mismo el que hable castellano. Eso, naturalmente, pasa por la escuela bilingüe. Es el único sistema... En mi opinión el modelo de la escuela bilingüe es el modelo soviético. Pienso que merecería la pena de estudiarse para tomarlo como ejemplo de escuela en el País Vasco... La base de la escuela, los medios de comunicación y el uso del euskera en las instancias oficiales en sus distintos niveles es esencial porque de otro modo la lengua dominante se convierte en dominante de una manera imposible. Hay que lograrlo. Sí. Y si no, la paz no llegará nunca.
Por: Begoña Aranguren
(Deia, 23.12.1984)
Acabo de escuchar que la plataforma HBO (la de PATRIA...), solo paga unos 40.000 Euros de dinero en España..., ahora si que se puede decir aquello de "MI PATRIA ES EL DINERO"....
Por cierto, las demás plataformas similar.
Publicado por: Sony | 02/22/2021 en 06:12 p.m.