Se trataba de preparar al PSOE para ocupar una posición que nadie pudiera percibir como amenaza de cambio de sociedad.
El PSOE -dijo Felipe González en la escuela socialista de verano de 1976- es un partido con historia y un partido marxista. Era también otras cosas, que el primer secretario fue enumerando para conocimiento de todos: un partido democrático, de masas, de clase, pluralista, federal, internacionalista. Con tan amplia definición, González culminaba la tarea que se había impuesto desde que llevó a Toulouse la necesidad de renovar estratégica, ideológica y orgánicamente al mortecino socialismo español. Era preciso "tener un espacio político definido, una identidad propia", y para conseguirlo se imponía defender "un socialismo tan distante de las posiciones socialdemócratas como del centralismo burocrático". El nuevo socialismo no se definiría, como el antiguo, por su rechazo visceral del comunismo, sino por la dura crítica a la socialdemocracia: "No hay espacio específico en el área del sur de Europa para una organización socialdemócrata", escribía González avanzado ya el año 1976, y Alfonso Guerra recordará que el modelo socialdemócrata alemán "no tiene nada que ver con nuestra ideología". En realidad, no había ningún modelo que copiar "porque no se ha dado ningún modelo de construcción del socialismo en Europa". El español iba a ser el primero.