No es mi primera referencia a un Alfredo Espinosa, médico, político republicano y miembro del primer Gobierno de Euskadi que nació en Bilbao el 6/9/1903 y fue fusilado por los franquistas en Vitoria el 24/6/1937, hace poco más de 80 años. Estudió medicina en Madrid mientras participaba con grupos estudiantiles opuestos a Alfonso XIII y a la dictadura de Primo de Rivera. En 1926 finalizó sus estudios, volvió a Bilbao y fue responsable del área de radiología del Hospital de Basurto. Espinosa fue muy activo en los círculos republicanos de la política vizcaína y elegido concejal del Ayuntamiento de Bilbao en 1931 por la Conjunción Republicano Socialista. Con el advenimiento de la República fue nombrado miembro de la Comisión Gestora de la Diputación de Vizcaya y posteriormente gobernador civil de Burgos y de Logroño. Con la constitución de Unión Republicana, en 1934 fue elegido su presidente en Vizcaya y al estallar la Guerra, fue Comisario de comunicaciones en la Junta de Defensa. Tras la aprobación del Estatuto se integró en el Gobierno del Lehendakari José Antonio Aguirre como consejero de Sanidad. Durante su mandato (octubre 1936-junio 1937) y a pesar del cada vez más reducido territorio sobre el que ejercía su administración el Gobierno Vasco, se esforzó en mejorar las condiciones de la población, se hizo cargo de la Cruz Roja, impulsó la higiene rural y organizó la asistencia social a los hijos de milicianos fallecidos. Promovió la facultad de Medicina en la Universidad de Bilbao y se significó en la prevención de la represión arbitraria.
En junio de 1937, viajando en avión desde Toulouse a Santoña donde se habían retirado los restos del Ejército Vasco, el aparato aterrizó en la playa de Zarautz traicionado por su piloto. Detenido, trasladado a Vitoria, juzgado sumariamente, fue condenado a muerte por «adhesión a la rebelión» y fusilado el 24 de junio con tiempo justo para escribir esta memorable carta-testamento al Lehendakari Aguirre:
«Mi querido amigo y compañero. Me dirijo a ti momentos antes de ser ejecutado en la prisión de Vitoria. Como sabrás, caímos prisioneros en la plaza de Zarauz por avería del avión o traición del piloto Yanguas. He sido juzgado y condenado a muerte y hoy, dentro de dos horas, será cumplida la sentencia. Como verás, tengo el pulso firme y no me asusta la muerte pero he pasado unos días tremendamente amargos en espera de ser ejecutado, con la terrible inquietud de esperar el minuto en que había de morir.
Quiero dirigirte un ruego antes de que vuelva al seno de la tierra, y es el siguiente: cuando condenen los tribunales a alguno a muerte hacerlo por el indulto pues piensa en que pueda tener madre o esposa e hijos y la terrible condena siempre la sufrirá terrible momentos; pídeles tú a mis compañeros en mi nombre lo que yo te pido, y os suplico no ejerzáis represalias con los presos que ahí tenéis, pues bastante han sufrido como sufro yo. El que no esté procesado en estos momentos ponerlo en libertad sin que esto quiera decir que no estén vigilados.
Dile a nuestro Pueblo que un consejero del Gobierno muere como un valiente y que gustoso ofrenda su vida por la libertad del mismo. Diles, asimismo, que pienso en todos ellos con toda mi alma y que muero por nada deshonroso, sino todo lo contrario, por defender unas libertades y sus conquistas legítimamente ganadas en tantos años de lucha; que mi muerte sirva de ejemplo y de algo útil en esta lucha cruel y horrible.
Mi mujer y mis hijos están en Biarritz, rue Bon Ami nº x…Yo te ruego que la paga que recibía como consejero la cobren ellos y si el triunfo es nuestro no los abandonéis sino que de tu gran corazón espero sepáis atenderlos lo mejor posible pues no tienen más amparo que yo. Así mismo, dejéis salir de España para dirigirse a Francia a mi padre (…). A todos mis compañeros de gobierno un abrazo muy fuerte, abrazo de amigo y de hermano de lucha y sacrificio en esta guerra terrible y cruel.
Mis pobres hijos, háblales, cuando sean mayores, de su padre y diles que les he querido con toda mi alma y que sigan mi ejemplo, que quieran a su Pueblo como yo le quise y si puedes consolar a mi pobre mujer, tu que tienes talento hazlo, pues pensando en ella, se desgarra mi alma. Ayer creo que fusilaron a Lauaxeta, otro mártir más. Hay muchos condenados a muerte, hacer posible el canje de todos ellos pues la vida en esas condiciones es terrible y cuanto paguéis por mitigar sus dolores será poco pues todos ellos sufren lo mismo que he sufrido yo.
Termino pues, falta muy poco tiempo para la ejecución. Háblales a todos de la virtud del deber cumplido y diles que es preferible la muerte a traicionar las virtudes y el alma. Te repito lo de mis hijos y lo de mi mujer: no los abandonéis, por Dios te lo pido.
Nada más, querido amigo y siempre presidente, un abrazo muy fuerte y Gora Euskadi! y ¡Viva la República! Cuando la historia nos juzgue a todos sabrán que nosotros hicimos lo indecible por evitar la muerte a los presos y por conservar el respeto absoluto a toda idea por opuesta que fuera a la nuestra. Te abraza hasta siempre, Alfredo Espinosa y Orive».
Recuerdo emocionado a su memoria, a su integridad ante la muerte y a la talla ética que nos legó cual representante genuino de una generación ejemplar. Obligado homenaje a su legado, fiel reflejo de su generosidad política y humana. Lección vital. Recordatorio eterno.
Por: Jose Manuel Bujanda Arizmendi
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