CIU, el gran invento de Pujol, la fórmula exitosa de la Coca Cola, no existe. Mas se puso en manos de la CUP y todo se fue al garete. Previamente Convergencia y Unió se habían separado. El presidente del Comité de Govern de Unió, Josep Antoni Duran i Lleida, portavoz del Grupo Parlamentario de CIU en el Congreso no estaba de acuerdo con la estrategia que seguía Mas y aquello no terminó bien para ellos dos y sus partidos después de tres décadas de coalición exitosa.
Duran siempre ha sido un amigo del PNV. Cuando en 1986 el EAJ-PNV se dividió, en las siguientes elecciones y en la “noche triste” del recuento electoral el único político que estuvo en el Hotel Villa de Bilbao fue Duran. Y es que siempre ha sido un asiduo a los Alderdi Eguna. Hoy, se dedica a sus actividades particulares pero sigue atento a todo lo que ocurre, por eso el viernes pasado, en La Vanguardia y el día del pleno del debate de investidura del president catalán, escribió este artículo que reproduzco y que llevaba un título provocador.
Y como el PNV no es receptor precisamente de piropos conviene conocer lo que se dice por Catalunya, desde el sosiego de ver las cosas desde la colina.
Decía así.
ELOGIO DEL PNV
Para sintetizar el impacto que el coronavirus está teniendo en la sociedad española, a menudo se hace referencia a la Guerra Civil. Se afirma, y es cierto, que nunca desde entonces habíamos tenido una situación tan crítica. En todos los ámbitos: en el económico, en el social y, por supuesto, en el sanitario. Incluyendo la salud mental, para la que acertadamente Errejón reclamó en sesión parlamentaria un plan para combatir los copiosos síntomas de ansiedad, depresión y desesperanza que la pandemia y el confinamiento están engendrando. Tanta es la gravedad de la crisis y tanta la pesadumbre ante su impacto a futuro, que conviene no ignorar las predicciones del FMI o la del filósofo Javier Gomá, en el sugerente diálogo que mantuvo con José Antonio Marina en este diario. Ambos presagian convulsiones y estallidos sociales para finales de este año y el próximo 2022.
Ante tal angustiante panorama, cabría esperar que las diversas fuerzas políticas hicieran honor a la noción de buen gobierno que el “filósofo de la democracia” Norberto Bobbio fundamentó en la asociación entre la conducta de los gobernantes y la búsqueda del bien común. Y, sin embargo, a pesar de la situación de emergencia que nos toca vivir, lo que guía a buena parte de nuestros representantes no es la consecución del bien común. No lo es en la mayoría que representan a la vieja política. Pero tampoco en aquellos que pomposamente se colgaron el rótulo de nueva política. ¡Por cierto, qué rápido y mal ha envejecido esta nueva política! Unos y otros anidan a diario en un inmenso lodazal de egos que les impide alcanzar el interés general.
Era Churchill quien decía que no se debe creer mucho en los elogios. Y quizás tenía razón. Pero no puedo reprimir mi deseo de elogiar al PNV, que emerge como excepción ante el actual deplorable espectáculo de confrontación e incertidumbre. Y, sin que nadie se ofenda, cuando asocio espectáculo y política española, desgraciadamente la catalana se erigió hace ya tiempo como pionera de los principales protagonistas del esperpento.
Parece poco discutible que en el centenario partido vasco concurren una serie de rasgos y actitudes que le hacen merecedor de elogio. En primer lugar, el PNV es salvaguardia de estabilidad y seriedad, que para los tiempos que corren no es poco. Ser garantía de buen gobierno ha sido siempre también un ingrediente fundamental de su ADN. Ha sido así en las últimas décadas, pero también en 1936, en los difíciles momentos de la sublevación contra la República. ¡Qué diferencia entre lo que aconteció aquellos años en la Euskadi gobernada por el PNV y lo sucedido en la Catalunya gobernada por ERC! Siempre ha sido capaz de sintetizar prudencia y audacia, alejándolas tanto de la ingenuidad como de la temeridad, y ha conciliado la eficacia en la gestión con el mantenimiento de los principios doctrinales.
Inmerso en una sociedad que fue castigada duramente por el terrorismo, en los últimos lustros ha centrado su máximo empeño en cohesionar y reducir la confrontación de la sociedad. Ha sabido conciliar la defensa de los intereses de Euskadi (incluso a raíz del plan Ibarretxe) con la pluralidad de la sociedad vasca y el respeto a las instituciones estatales. Ha tenido claras sus coordenadas ideológicas, su atlantismo y europeísmo. Es tan consciente de hasta qué punto el término nacionalismo constituye hoy un lastre en la UE, que si tuvieran que crear hoy el partido dudo que lo bautizaran como nacionalista.
En fin, son muchas las razones que avalan este elogio. Especialmente cuando el huracán madrileño, sumado a los que desde hace años azotan Catalunya, recuerda que ya no se trata de aquello de que el viento nunca es favorable para el que no sabe adónde va, sino que algunos no saben ni tan siquiera quiénes son.
Por: Josep Antoni Duran i Lleida
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