Hace cierto tiempo, un destacado político español, el señor Prieto, le escribió a usted una carta relacionada con la actitud del gobierno británico en el caso de Franco. Ignoro si esa carta ha merecido contestación, pero, desde luego, no ha servido para que usted y su gobierno modifiquen su postura. Siendo así, mucho menos debo esperar yo que esta carta mía pueda ser contestada, ni causar el menor efecto; apenas sí me llamo Juan en ninguna parte, y soy perfectamente desconocido en el No. 10 de Downing Street. Por eso, en lugar de depositar mi carta en el correo, la dejo en la plaza pública, para que la lea quien quiera.
Usted, señor Attlee, el mismo día que la Asamblea general de las Naciones Unidas inauguraba sus sesiones, habló en la Cámara de los Comunes para fijar la política exterior británica en varios aspectos, y se refirió nuevamente al caso de España. Quizá se trate de una mera coincidencia en el calendario; quizá haya elegido usted esa fecha para anunciar a todos los países cuál va a ser su conducta cuando vuelva a tratarse en la U N el caso de Franco; quizá su discurso tenga alcances de velada y discreta coacción. Esto, sólo usted puede saberlo.
Según las informaciones que nos brindan las agencias periodísticas, comenzó usted su discurso ante los Comunes diciendo, por enésima vez, que el régimen de Franco no le gusta. Me temo que ésto no sea verdad. Creo, eso sí, que el régimen de Franco no le gustaría a usted en Inglaterra, como no le gustaría al señor Churchill; pero lo mismo al líder de los conservadores que a usted, les gusta mucho, muchísimo en España, por lo que luego le diré, por eso lo amparan, lo mismo usted que el señor Churchill.
"Todas las pruebas que tengo a mi alcance —añadió usted en su discurso— señalan que la amenaza de una intervención exterior ha robustecido la posición de Franco".
No, señor Attlee. Es usted, personalmente, y su ministro de Relaciones exteriores, señor Bevin, y todo el gabinete laborista, quienes han robustecido la posición de Franco. Por eso les está tan agradecido el dictador español, y por eso pueden ustedes hacer con España lo que están haciendo.
Ha confirmado luego usted la decisión de su gobierno de no intervenir en los asuntos internos de España.
No, señor Attlee. Usted y su gobierno están interviniendo, y dolorosísimamente, en los asuntos más internos de España. Ustedes están interviniendo en el aceite, en las naranjas, en las patatas, en las bananas de los españoles; ustedes están interviniendo en el hambre de los españoles, que es lo más interno de España; ustedes se están llevando de España los alimentos que los españoles necesitan para no desfallecer de hambre, y se los dan a los ingleses, que no padecen hambre. Yo, señor Attlee, quiero a mis hijos por lo menos tanto como pueda usted querer a los ingleses, pero yo me cortaría la mano antes de quitar a un niño de la boca lo que necesita para no morirse de hambre, y dárselo a los míos, que no lo necesitan para seguir viviendo. Y si una debilidad mía me llevase a hacer eso, créame usted que viviría avergonzado todo el resto de mi vida. Pues ustedes lo hacen, y por eso, porque Franco les permite hacerlo, es por lo que he dicho que el régimen de Franco en España les gusta muchísimo, a usted, al gobierno que usted preside, al Partido Laborista que lo consiente, al señor Churchill y al Partido Conservador y a todos. Y por eso, aparte de otras causas de geografía, estrategia, bases y todo lo demás, amparan y defienden a Franco, robusteciendo su posición. Tanto, que, a no ser por ustedes, hacía tiempo que Franco no estaría en el poder.
Mire usted, señor Attlee, yo pertenezco a un pequeño pueblo, a un pueblo viejísimo, el más vieio de Europa, y que sabe, mucho antes que el pueblo de usted, lo que es democracia y lo que es Iibertad; pertenezco a un pueblo que no tiene fuerza física para hacer que se respete su modo de vivir democrático y libre, pero que tiene un gran sentido del decoro, y que ni aun en los momentos más difíciles de su vida, como son éstos que ahora está pasando por culpa de los totalitarios y por culpa de ustedes, no pierde su decencia. Este pueblo ha sido un buen amigo de Inglaterra, cosa que, sin duda, usted no ignora; este pueblo, lo mismo en la guerra anterior que en esta última, ayudó a ustedes en todo lo que pudo; este pueblo, no por lo que él les ayudó a ustedes, que no lo hizo por eso, sino por entender que así ayudaba al triunfo de la justicia, ha creído que ustedes le ayudarían por eso mismo, porque su causa, como la causa de toda la democracia española, es justa; pero ha visto que a quienes ayudan ustedes es a los totalitarios españoles, a los mismos que ayudaron a Hitler cuando luchó contra ustedes, a los mismos que cuando creyeron que ustedes iban a ser vencidos, luchó contra ustedes, los aliados, y ha visto que dejan ustedes en un total desamparo a quienes trabajaron en favor de ustedes. Por eso ahora, al ver el comportamiento de ustedes, ya no les pide nada, les vuelve la espalda, porque es un pueblo de auténticos ''gentlemen". ¿No les importa nada a ustedes esta actitud de un pueblo tan pequeño, tan débil como el mío? Pues peor para ustedes. Por la conducta de ustedes, a mi pueblo se les verá en la cara la palidez de su padecer y las huellas de sus sufrimientos; lo que no le verá usted nunca, señor Attlee es el rojo de la vergüenza. Eso, no.
Está aquí, en Buenos Aires, su amigo y correligionario Lord Strabolgi, que también ha hecho unas declaraciones públicas. Se ha referido, entre otras cosas, a lo que debió de prometer usted en 1937, durante su visita al frente republicano español, pero ha dicho que la política del gobierno británico no la fija usted sino el gabinete en conjunto. No se ha referido, quizá por ignorarla, a la conversación que tuvo usted en San Francisco de California con el señor Prieto; de esa conversación, el político español salió muy complacido, cosa que se reflejó en un artículo que publicó y en el cual, con la discreción debida, hacía ver su optimismo, la esperanza que ponía en el triunfo de ustedes en las elecciones que iban a celebrarse en Inglaterra. Y bien, ¿cómo es que usted prometió nada para cuando fuese poder, si sabía que no bastaba su deseo para cumplir la promesa?
Creo, señor Attlee, que hay suficientes motivos para creer que eso no es verdad. Si lo fuera, ¿por qué no intervienen ustedes en España para brindar al pueblo español la oportunidad de decidir libremente sus propios destinos? ¿Qué les lleva a ustedes a incurrir en tamaña contradicción, como es la de intervenir en Grecia y no intervenir en España? Sencillamente, que al intervenir en Grecia defienden ustedes, no los derechos del pueblo griego, sino los intereses británicos; y al no intervenir en España, también. Y sepa usted que nadie le ha pedido, ni haría falta, que intervengan ustedes en España como han intervenido en Grecia, esto es, a tiros.
Para terminar, y poniéndome en sus zapatos, ¿no cree usted que esta conducta de ustedes redundará un día en perjuicio de Inglaterra? ¿Se da usted cuenta de los sentimientos que abrigaran los demócratas españoles si Franco cae y se restablece la democracia “a pesar" de la conducta de ustedes? ¿No ha pensado usted en ello?. Pues yo, en sus zapatos, lo hubiera pensado.
Euzko Deya (Enero 1947)
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