Quizá por ciertas insinuaciones o comentarios que, de un tiempo a esta parte, han podido oír y escuchar algunos asiduos laurakbatenses, el amigo Tellagorri se ha decidido o se ha visto impulsado a publicar su libro titulado "Las Horas Joviales", según se anuncia en el último número de Euzko Deya.
El hecho ha provocado expectativa y, sin duda alguna, dará motivo a congratulaciones. No miento si digo que aquellos comentarios fueron elogiosos para Tellagorri, escritor humorista bien conocido y apreciado sin reservas en todos los círculos de ambiente vasco y fuera de él.
Me siento responsable, en pequeña parte, de aquella decisión por haber hecho pública la sugerencia; y ahora en vista de las preocupaciones del amigo Tellagorri, declaro que me comprometo, cuando la oportunidad se presente, a festejar o reparar las consecuencias de mi instigación y atrevimiento en la parte que me toca.
Como no tengo ningún cable pelado ni manejo a contramano, digo, con la convicción mejor cimentada y tan firme como cualquier puñetazo dado sobre el montador por un vasco tozudo —y que aquí abundan— que el libro se venderá fácil y rápidamente. "Quien dice lo que quiere, oye lo que no quiere", pero yo, invocando mi extraordinaria condición de simple ciudadano e hijo del país con gorra de vasco, tengo mas fé y confianza que el mismo autor, quizás por ser más optimista y arriesgado.
Un escritor sutil, diáfano, ameno como Tellagorri, no necesita poner anzuelos ni carnadas para que piquen los amantes de la lectura, de esa lectura que no calienta la cabeza. Como alimento espiritual, estoy convencido que el libro se venderá como el pan nuestro de cada día, mejor dicho, como el pan dulce, dado que —como él asegura— no es un libro de polémica.
Pero alguien me recuerda una verdad grande como un hipopótamo: es menos doloroso, para muchos, gastarse veinte pesos en copetines que pagar diez pesos por un libro bueno y entretenido en el que uno siempre encuentra algo nuevo - interesante. ¡De cuántas cosas me he desarmado leyendo libros en los momentos que me dejan libres las simpáticas planillas del impuesto a los réditos!.
Por mi parte, no dejaré ninguna piedra sin dar vuelta para que nuestro buen amigo no tenga mayor preocupación y duerma feliz y contento. Así podremos seguir saboreando todos sus artículos que ansiosamente yo leo de un saque. Es innecesario jurar que aquí no hay pasada de gamuza ni elogio inmerecido. Tellagorri tiene muchas medallas ganadas en buena ley. No solo compraré un ejemplar sino que prometo formalmente, y con toda seriedad, ocuparme de vender su obra, libre de comisión, y viático, a amigos que a veces leen algo durante las vacaciones pagas.
Aunque se sabe que “no es lo mismo decir “moros vienen”, que verlos venir”, Tellagorri ha hecho bien en publicar dicho libro; y si él llegara a equivocarse, lo tranquilizo trayéndole a la memoria que para algo estamos aquí varios amigos con campo alfaltado y ganado vacuno en Gigena (provincia de Córdoba), donde no llueve desde la última vez o con casas de renta congelada dispuestos, si es necesario, a rematar horizontalmente para sacarlo del atolladero y exigirle que, si se gana dinero nos amenace o amenice con la publicación de un libro semestral hasta que se nos agote la paciencia y se nos acabe la plata.
Anticipo el éxito de "Las Horas Joviales". Alguien dijo —como siempre antes que yo— que la fortuna golpea al soñador, pero no tan fuerte que lo despierta, y recordando el profundo axioma de Perogrullo de que "siempre que pasa igual, sucede lo mismo”, digo que los méritos, así como los defectos, los aprecian y los critican los demás.
Sin avergonzarme, afirmo que recién me he desayunado de saber que los impresores-editores proceden como los recelosos prestamistas o sea que solo adelantan dinero o conceden crédito a personas de responsabilidad o arraigo (de las condiciones morales e intelectuales ni se habla), pero justamente siempre se da el caso de que el antipático acaudalado no pide nada porque no necesita nada. El que necesita y pide crédito es el pato vulgar y silvestre, y si éste tiene talento y produce inteligentemente, hay que darle lo que pide y no desilusionarlo negándole unos cuantos cochinos pesos. La autoridad debiera decretar: Articulo 1º y único. En el futuro nadie podrá ser editor o impresor si previamente no consigue patente de filántropo.
Lástima que con el vendedor de libros no se repita, de cuando en vez el conocido cuento de la empleada de la oficina postal. Se lo recordaré, aunque no lo leas. Resulta que en una oficina de correos había un churro fantástico que vendía estampillas postales. Un enamorado entrado en años, con guantes y saldo a favor en el Banco, queriendo serle agradable y conquistar su simpatía (la del churro se entiende), pretendió comprarle todas las estampillas que tenía para la venta al público. Quería, según tengo sospechas, hacerla quedar bien ante el patrón como vendedora de gran empuje, pero en su locura pasional con poder de bomba atómica, el enamorado no se percató que el patrón del correo no era una persona de existencia visible... ¿Quién niega que la clave del éxito en la venta única del libro no estaba en utilizar elemento femenino de categoría? Mi amigo Mansito declara: Yo no me negaré jamás a comprar cualquier libro escrito por Tellagorri, pongo por ejemplo, si con una sonrisa me dicen: Obsequie a sus amistades un libro, distíngase: los libros, como las flores, hablarán por usted; regale libros; no muerden! Sería brutal una propaganda en esa forma, por lo que alimentaría mucho no haber sido llamado esta vez a contribuir para financiar la edición del libro cuya aparición esperamos ávidamente. Casi, casi diría, en mi entusiasmo, que yo me salgo de la vaina!
Es sensible que la edición sea tan exigua aunque pienso que en un momento de extravío, se hubiesen lanzado a la calle más de cien mil ejemplares, entonces se fundiría el autor, el impresor y los amigos, pero los que sonarían bien serían los buenos amigos. Pero esta es otra historia.
Concluyó formulando en voz alta votos vehementes para que Tellagorri haga pronto las Américas: yo haré mi parte comprando enseguida un ejemplar de su libro.
¡Palabra de honor!
Jose A. Basilico
Euzko Deya – 30 de Noviembre de 1950
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