TELLAGORRI (Nº 113)
Al principio yo creí que eso de la sequía en España era una invención del régimen, un recurso para tratar de justificar las consecuencias del desbarajuste económico inherente a la esencia de aquel régimen. Naturalmente lo primero que ocurre cuando hay sequía es que no hay agua, y al no haber agua no hay riegos ni fuerza eléctrica, ni vino, ni leche ni nada; y así, con decir que había sequía, el régimen estaba al cabo de la calle.
Pero, como digo, yo creí que si no producían los campos como antaño, ello se debía a que faltaban fertilizantes y maquinaria agrícola; que si no funcionaban las fábricas eléctricas era porque no había motores; que si no andaban los trenes era porque estaban destartalados y, en fin, que si todo el aparato de la economía nacional marchaba como la propia mona, ello se debía a que el régimen no tenía ni un dólar para comprar abonos maquinaria agrícola, motores, vagones, locomotoras y todo el resto. Pero ahora resulta que además de que los gobernantes no saben gobernar y de que no tienen ni un dólar, hay sequía.
Y bien, aquí tenemos una cuestión de gran fuste. En un régimen más modesto, en un régimen elegido por el vulgo mediante unas vulgares elecciones, el asunto quedaba solucionado con decir "¡qué mala pata!" o, probablemente, algo peor, pero ¿qué hacemos cuando eso ocurre con un régimen cuya razón de ser está única y exclusivamente en la voluntad divina? ¿Qué hacemos cuando el jefe del Estado lo es por la gracia de Dios? ¿Cómo se entiende que pudiendo Dios llover donde quiera, como quiera y cuando quiera, no lo haga precisamente sobre la tierra que Él mismo eligió para asiento terrenal de un sistema de gobierno que es la más pura y acabada expresión de la política puesta al servicio de Dios?
También podríamos plantear la cuestión en otros términos. Sabido es, porque nos lo han dicho sapientísimos doctores de la Iglesia, que cuando la primera magistratura de ese régimen seco se ve en un aprieto, acude al Espíritu Santo pidiendo luces y el Espíritu Santo lo ilumina tan cabalmente que al momento tiene el primer magistrado la solución en la mano. Pues siendo esto así, ¿cómo es que no consigue ni siquiera un chaparroncito? El Padre Puig, astrónomo y meteorólogo de "toute premier qualité'' nos ha dicho recientemente que eso de hacer llover cuando uno quiera es imposible. Bueno, lo será para el Padre Puig y aun para el propio general Franco, pero no para el Espíritu Santo; y, sin embargo, hace diez años que no se vende un paraguas en España. ¿Qué pasa?
El señor Ruiz Jiménez, ese "sobresaliente en todas que quiso establecer en España "una democracia cristiana bajo la dictadura de Franco", ha sido nombrado, pese a no tener sobre los hombros más que una modesta radio de galena, nada menos que embajador de España ante la Santa Sede; y al presentar sus credenciales en el Vaticano pronunció ante el Papa un discurso —que, por las trazas, le escribió Esteban Bilbao—, en el que dijo que "merced a la benignidad de Dios, España ve llegar el décimo aniversario de su pacificación interior con horizontes claros para el futuro, aunque estarían mejor unos horizontes cargados de nubarrones que se abriesen luego en cataratas; que entre los españoles hay una convivencia angelical; que allí nacen más niños que nunca, aunque ahora no vienen con el pan bajo el brazo; que hay más vocaciones religiosas que nunca, lo cual se comprende muy bien; y que, ya que no en los campos de tierra, en los campos de la cultura se recogen una cosechas espléndidas, aunque eso de que se haya concedido el primer premio literario a Juan Antonio Zunzunegui parece indicar lo contrario. No es que sea mal escritor el portugalujo, pero creemos que aun seguirá la gente hablando de Cervantes y de Shakespeare.
Bueno; el caso es que Ruiz Jiménez habló de las espléndidas cosechas culturales que ilustran y deleitan, pero no dijo nada de las otras cosechas de las que engordan: dijo que la religión avanzaba en España a toda velocidad, pero no habló de la velocidad de los trenes: se refirió a las grandes luces que tenía el jefe del Estado, pero no dijo que en España no había luz eléctrica; ni dijo que, salvo los gobernantes —aquí tuvimos hace poco al señor Artajo que no me dejará mentir—, en España todos están en los huesos. Y todo por la sequía, por esa sequía que nosotros, los mal intencionados creímos que era un invento, pero que es una dolorosa realidad.
Pues si admitimos que en España no llueve desde que fué instaurado el presente régimen; y si admitimos que Dios llueve donde quiere, no vemos el menor inconveniente en plantear este dilema: o bien el actual régimen español no es obra de Dios, o bien el mismo Dios está ya harto de él.
Elijan, caballeros
Euzko Deya de Buenos Aires (20 Enero, 1949)
Comentarios