TELLAGORRI (Nº 136)
Por primera vez, que yo sepa, se han inaugurado este año en el Centro Laurak Bat, las fiestas en honor de San Ignacio con una conferencia en la que no se habló de San Ignacio, eso que el conferenciante fué un sacerdote, y eso que uno de los más dinámicos organizadores de los actos es paisano del Santo. Hasta ahora, la tradición exigía que en esa conferencia, que se pronunciaba siempre la víspera de la fiesta, se hablase de nuestro Ignacio, deformación del Iñigo, deformación a su vez del Eneko que es lo auténticamente vasco. Algo parecido a lo que según nos refirió el conferenciante de este año ha ocurrido con el “zortziko” que fue de gran enjundia musical en su primera construcción (Eneko), que se vistió luego con extrañas galas (Iñigo) y que finalmente se achabacanó y ramplonizó al hacerse ñoñamente sentimentalero (Ignacio).
No han faltado maliciosos que —sin el menor fundamento para ello— han querido atribuir eso de que no se hablase de San Ignacio, a que entre la catolicidad vasca está floreciendo, no diré el hereje ni siquiera el heterodoxo, ni aun el irreverente, peo sí el escudriñador, que anda arrimando la linterna al Concilio de Trento, a Láinez y a Salmerón, al hecho de que junto a la Inquisición, fué la Compañía de Jesús la que en aquellos tiempos —padres de los nuestros— defendió la más absoluta intolerancia con una tesonera e inteligente decisión, realizada del modo más suave, más sonriente y más humilde, pero más fuerte; el famoso "suavitar in modo fortiter in re", o sea una especie de bastón de humilde y débil caña… rellena de plomo. Y los escudriñadores se han enterado de que estos obispos españoles de hoy son descendientes por línea espiritual directa de aquellos obispos que Felipe II envió al Concilio de Trento con la consigna de no ceder jamás en nada, y que se distinguieron por su tozudez y por unos conocimientos teológicos y una dialéctica de vergonzante pobreza, junto a los del Padre jesuita Láinez, que salvó al Concilio o mejor dicho, a la intransigencia y a la autoridad del Papado, que estaban en tela de juicio; se han enterado que la herencia no se perdió gracias a la labor tenaz y sutil de los jesuitas, por lo cual los escudriñadores están metiendo su linterna por todos los rincones y desvanes de la Historia y han empezado a torcer el gesto y a fruncir el ceño. Nada de eso. Señores. La linterna del escudriñador alumbrará lo que quiera, pero el hecho de que este año no se hablase de San Ignacio en las fiestas de San Ignacio nada tiene que ver con ello. Ni con nada.
¡Los obispos españoles de hoy! "Euzko Deya" de París ha tenido para ellos recientemente un recuerdo y nos ha dicho que el cardenal Gomá afirmó que la causa de Franco era "la causa de Dios”: el cardenal Ilundain bendijo a los moros que llegaron a España para matar españoles: el obispo de Tuy aseguró que la sublevación fué promovida" por la mano omnipotente de Dios”: el de Badajoz, que la guerra civil "era un venturoso acontecimiento que nos dispensaba el Sagrado Corazón": el de Córdoba, que la sublevación "fué visible y milagrosamente protegida por el Cielo”: el de Cartagena, más romántico "que las rosas del Evangelio florecían en las brechas abiertas por los cañones"!. ¡Cuánta delicia episcopal!. Pues iguales, igualitos que éstos fueron los obispos que Felipe II envió a Trento. En cuatrocientos años, no ha cambiado nada la cosa.
Pero volvamos a la conferencia del Padre Medina. Pocas veces he visto a un auditorio seguir con tanta atención y con tanto gusto una disertación y aplaudir con tanto entusiasmo y con tanta justicia, desde luego.
La charla del P. Madina fue una amale y pintoresca lección sobre música popular vasca. Situado el maestro en un ángulo de total independencia mental sin prejuicio alguno, devoto de la verdad, nos habló de los valores auténticos –expresados con simplicidad sin las ricas vestiduras de la orquestación, que llegó más tarde –de aquellas antiguas melodías amatorias epitalámicas, bucólicas, festivas, unas melancólicas y otras alegres y animadas.
Cuando se habla de música, lo mismo a doctos que a profanos, el método seguido por el P. Madina es el más eficaz, el que tiene más de didáctico. Nos hablaba por ejemplo de lo que fue el “zortziko” y para que todos comprendiésemos bien la cosa, ejecutaba uno de ellos al piano, es decir, nos exhibía una muestra viva; después de referirnos de palabra cómo era una canción amatoria hacía que dos muchachas la cantasen, o que un muchacho tocase en el “txistu'' una melodía: o que otro cantase una canción "bucólica”…
Sin embargo, aunque no fuera más que para rozarlo, el conferenciante no pudo irse de la tribuna sin sacar a relucir el tema ignaciano. Nos habló de la célebre “Marcha de San Ignacio", que, como música, es muy malita, la pobre, y como vasca... Bueno, el Padre Donosti descubrió en el Conservatorio de París que esa música tan baratita no es otra cosa que una vieja marcha de la marina francesa, quizá de marinos corsarios, quizá la que canturreaba Jean Bart, cuando olía una buena presa. En resumen, que la "Marcha de San Ignacio" es mala como lo aseguró el P. Otaño director del Conservatorio de Madrid y jesuita, por cierto, y es exótica como lo descubrió ese otro gran escudriñador, el P. Donosti. Pese a todo, y para que se vea hasta dónde llega nuestra terquedad, el P. Madina ejecutó al piano la "Marcha de San Ignacio”, y el púbico la coreó con esa afinación de que da prueba siempre el vasco aunque no sepa ni el do, re, mi, fa. Es de decir, que después de enterarnos de que era mala y extraña, la cantamos porque nos dio la gana. Así se hacen las cosas.
Al término de la conferencia, el público se entregó al comentario acerca de lo que había sido la charla y convino, "némine discrepante'', en que para pronunciar una conferencia es necesario:
1º Que el orador tenga algo nuevo que decir, algo que el auditorio no conozca.
2º Que sepa decirlo con amenidad y con soltura, con elegancia.
Y aun quizás es más necesaria la segunda condición que la primera. Voy a citar dos casos. Hace muchos años oí en Bilbao a don Ramón del Valle Inclán una conferencia sobre la pintura de Juan de Echevarría. Me figuro que Valle Inclán no sabría de pintura más que los demás, tal vez no sabría nada; pero su disertación cautivó el auditorio por la fluidez del verbo, por la gracia de la dicción, por la elegancia del discurso. Hace unos diez años oí en París otra conferencia a Jacques Maritain, que ¡vaya si dijo cosas interesantes sobre el cristianismo!, pero las dijo de una manera tan desgraciada, leyendo tan nervioso y tan mal sus cuartillas que nos produjo malestar y nerviosismo a nosotros también.
No me gusta el orador político de mitin, que no sabe hablar sin pegarse unos terribles puñetazos en la corbata pero sí los conferenciantes cuando saben decir las cosas con elegancia, desenvoltura y gracia. Si, además de ésto dicen cosas nuevas, miel sobra hojuelas. En Bilbao había algunos conferenciantes finísimos: Alberto Atxikallende, Pedro Mourlane Michelena, Fernando Quadra Salcedo y algunos más, que tenían un donaire verdaderamente cautivador.
iBien: no todos pueden tener esa gracia, pero si encima, tampoco tienen nada nuevo que decir, lo mejor será que en lugar de pronunciar conferencias, se dediquen a oírlas, que es, exactamente, lo que hago yo.
Euzko Deya de Buenos Aires (10 de Agosto, 1949)
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