TELLAGORRI (Nº 138)
Hablando en una concentración católica en Birmingham, el arzobispo de Westminster, cardenal Griffin, atacó al gobierno británico por haber concluido un tratado comercial con Checoeslovaquia, país donde es desconocida la libertad religiosa y son perseguidos los jerarcas de la Iglesia católica.
Ha hecho muy bien el cardenal Griffin al causar su protesta contra la falta de libertad religiosa que padecen los países que viven bajo la influencia soviética, pero quizá pudo haber dicho algo también sobre la actitud de otros cardenales. Monseñor Segura y Pla y Daniel, por ejemplo, que se oponen a la libertad religiosa en España. No desconocemos el argumento de que tantas y tantas veces se ha servido la Iglesia católica para justificar su intolerancia respecto de los demás credos religiosos: que el católico es el único verdadero y, por consiguiente, todos los demás son falsos; pero resulta que los judíos, los mahometanos, los budistas y otros suelen decir lo mismo, pero al revés, y así no hay manera de entenderse. Es decir, hay un camino: que cada cual propague libremente su religión, que es lo que ocurre en todo país donde la libertad de conciencia es respetada. Pero protestar ante la falta de libertad religiosa en Checoeslovaquia y callarse, o aplaudir, ante la falta de libertad religiosa en España es cosa que la entenderá muy bien monseñor Griffin, pero que difícilmente la comprenderán los fieles de otros credos.
Pero dejando aparte este aspecto de la cuestión, nos viene a la memoria aquello de Terencio: "Nada de lo que afecta, al hombre puede resultarme extraño". Pues si a Terencio no, mucho menos a la Iglesia católica, que tiene que cumplir cerca de les hombres una misión infinitamente más elevada que la de Terencio, quien justificó su existencia haciendo versos. Nada de lo que sea humano puede serle extraño a la Iglesia; pero humano, y muy humano es, además de la libertad de conciencia, todo aquello que se relacione con la dignidad del hombre, proclamada por Jesucristo. Y esa dignidad, esa verticalidad espiritual, está asentada, no solamente sobre la libertad religiosa, sino también sobre otras libertades, que son desconocidas en Checoeslovaquia y en otros muchos países, entre ellos España. Y bien, ¿ha protestado alguna vez el cardenal Griffin contra esa falta de libertades en España? ¿Ha protestado siquiera contra la libertad condicionada de que goza allí la Iglesia católica, libertad que es completa cuando la Iglesia se pliega al régimen político imperante en España, y que mengua a medida que se desvía de las directrices falangistas, sobre lo cual podría informarle el propio cardenal Segura, antes citado? Y más concretamente, ¿ha pedido alguna vez el cardenal Griffin que se corte toda relación comercial con España por no haber allí respeto para ninguna libertad? Entonces, qué es lo que debemos deducir de todo ello? ¿Hemos de entender que únicamente le interesa la libertad para la religión católica y el respeto para el clero católico, y que todos los demás atropellos le resultan ajenos? Más aún —y luego volveremos sobre ello— ¿únicamente le mueven a protesta los atropellos contra la Iglesia y los eclesiásticos cometidos por los comunistas y no tanto los cometidos por regímenes que resultan simpáticos al cardenal Griffin, como es el falangismo?
Si se admite aquello de que el fin justifica los medios, tendría justificación esa actitud si de ella se dedujese un beneficio para la religión, un acrecer de la grey católica, una reafirmación de la fe, algo; pero es el caso que con esa postura no se gana más que antipatías en todas partes. ¿Quiere el cardenal Griffin un ejemplo? España. Ya hace dos años, el cardenal Pla y Daniel se quejó pública y amargamente de que las masas de la población española volvían la espalda a la Iglesia. Hoy nos dice un sacerdote católico que las cuatro quintas partes de los españoles no van a misa ni cumplen con el precepto de comulgar una vez al año por la Pascua, ni conceden la menor atención a las cosas de la religión. ¿Y cree el cardenal Griffin que eso ocurre porque los españoles se han convencido de que es falsa la religión católica? No, señor; lo que ocurre, sencillamente, es que están dolidos, desilusionados por la actitud del Clero y confundiendo al cura, o al obispo, o al cardenal con la religión, han roto toda relación con ella. ¿Y quiénes son los primeros y máximos responsables de ésto?
El cardenal Griffin, naturalmente, protesta contra la persecución de que es objeto ahora el arzobispo de Praga, monseñor Beran, como protestó contra las persecuciones y condenas de monseñores Stepinac y Mindszenty, como protestó contra el asesinato de tantos eclesiásticos en España durante la guerra civil. ¿Pero protestó contra el asesinato de los sacerdotes vascos por los servidores del régimen franquista? ¿No? Entonces, lo mismo sus protestas, como las de quienes no tuvieron, no ya alientos para protestar, pero ni siquiera unas palabras de caridad para los sacerdotes y seglares católicos vascos asesinados por el falangismo, carecen de ese valor que tendrían si se hicieran extensivas a todos los casos de atropello y de crimen.
Claro está que a ésto podría decir el cardenal Griffin que los curas, frailes y seglares católicos vascos asesinados por el falangismo no lo fueron como católicos, sino como enemigos del régimen. Aparte de que este argumento no tendría la menor validez, y mucho menos para un católico, y muchísimo menos para una jerarquía católica, no haga mucho caso del cardenal Griffin de lo que digan los regímenes totalitarios para justificar sus crímenes; tampoco los comunistas dicen que persiguen y condenan a los jerarcas católicos por ser católicos, sino por ser enemigos del régimen y por actuar como tales.
No se nos dirá nada nuevo si se nos dice que los comunistas, allí donde mandan, no se paran en barras para eliminar a sus adversarios, pero créame el cardenal Griffin que los falangistas, en ese aspecto no tienen que echar nada en cara a los comunistas. ¿Y por qué se protesta contra lo que hacen éstos y no se protesta contra lo que hacen aquellos, aun cuando van en contra de la Iglesia y de los eclesiásticos? He ahí algo que no comprenderemos nunca por grande que sea nuestra voluntad y por brillante que sea la dialéctica de los cardenales. Ni eso, ni otras muchas cosas, igualmente inaceptables para toda conciencia recta, y cuyas consecuencias son desastrosas, incluso para la propia Iglesia católica. Fíjese, Cardenal: En España, donde el Clero adoptó casi en su totalidad esa misma postura, las cuatro quintas partes de sus habitantes, ni van a misa, ni comulgan nunca, ni quieren saber nada con la Iglesia.
Como se ve, la cosecha recogida no es como para acreditar a los labradores.
Euzko Deya de México (Agosto de 1949)
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