TELLAGORRI (Nº 148)
El diario "The Christian Science Monitor”, de Boston, ha realizado una encuesta entre estudiantes norteamericanos universitarios y de segunda enseñanza, para determinar quién es a juicio de éstos, el hombre que mejor encarna el concepto de "ciudadano del mundo".
El resultado de la encuesta es realmente desconsolador e indica hasta qué punto se dejan confundir personas que hacen continua gimnasia mental, por ciertos aspectos de la vida de los hombres políticos. Porque resulta que sólo han tenido gran número de votos personajes políticos. Pensadores, poetas, literatos, artistas, investigadores, profesores, han sido dejados de lado, cuando es entre ellos donde con mayor frecuencia se da el ''ciudadano del mundo", el hombre de pensamientos y sentimientos universales, el hombre sin fronteras; en tanto que es precisamente entre políticos donde menos se da esa mentalidad, donde más se acusa la limitación de horizontes, fijados, casi siempre, por las fronteras nacionales. Y ello es bien lógico, pues quien se decide a actuar en política —los que lo hacen con recta intención naturalmente— van a ella empujados por mi devoción hacia los intereses de todo orden de su pueblo.
Entre los seis hombres que han obtenido mayor número de votos figuran cuatro norteamericanos, lo cual parece indicar que también los estudiantes consultados han sido influidos por su nacionalidad, aunque el más votado de todos. Roosevelt, bien merezca las preferencias. Los dos extranjeros que aparecen entre la media docena primera son Winston Churchill y el Mahatma Gandhi, aquél en segundo lugar, éste en el quinto puesto.
Y aquí radica lo extraño del resultado de la encuesta. Bien que el Mahatma haya sido elegido, pues todo su amor por la India y todo su deseo de verla libre y marchando por la senda de su destino como comunidad política, no fueron inconveniente para que la mente y el corazón de Gandhi tuviesen amplitudes de universalidad; pero entre los políticos más relevantes de la hora, ¿hay alguno con menores medios que Churchill para merecer el título de ciudadano del mundo? El señor Churchill, como tantos otros compatriotas suyos que le precedieron en los puestos de mando del gobierno de Londres, no ha sido nunca, ni tampoco ha pretendido serlo, otra cosa que ciudadano inglés, tan inglés que ni siquiera llegó a británico. Y, en fin de cuentas, es precisamente ese exceso de inglesismo de Churchill y de sus antecesores lo que ha contribuido en buena parte a las guerras de Europa en la edad moderna, a la ruina consiguiente de sus naciones y a la decadencia de Inglaterra, que está pagando en la actual generación los pecados de inglesismo cometidos por tantos de sus gobernantes.
Virtud, y grande, es en el hombre amar a su patria, trabajar por ella, dedicarse con alma y vida a procurar el bienestar de cuantos son sus hermanos en la sangre, en el espíritu, en el temperamento; pero pretender el bien de la patria de uno a cuenta de las demás patrias, es grave pecado; un pecado además, que se paga caro.
No. Un nombre que ha dedicada su vida a lograr el bienestar de su país Inglaterra, explotando y sometiendo a otros países; será todo lo ciudadano inglés que se quiera, pero está a cien mil leguas de ser ciudadano del mundo; y los estudiantes norteamericanos que le han dado sus votos están a la misma distancia de saber lo que hay que ser para merecer ese título. Nuestro Francisco de Vitoria, que se enfrentó, del emperador para abajo a cuantos querían hacer españolismo a troche y moche y defendió a los indios americanos, como habría defendido a cualquier otro hombre del mundo, cualquiera que fuese su color, su situación geográfica y su grado de civilización, ese sí es un ciudadano del mundo. Y no lo es menos, dentro de la modestia de su personalidad. Iparraguirre, que lanzando por delante su corazón generoso, pide cantando que los frutos de la libertad del árbol de Guernica sean para el mundo entero.
Como que nosotros los vascos, hemos sido casi siempre, exactamente lo contrario de Churchill: hemos tenido la gran virtud de ser ciudadanos del mundo, pero hemos cometido a menudo el gran pecado de no ser ciudadanos vascos.
Euzko Deya de Buenos Aires (20 de Noviembre, 1949)
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