TELLAGORRI (Nº 146)
Hace unos días el doctor Jose Bago Lecosaitz, descendiente de aquel Juan Lecosaitz, más conocido por su apodo de “Juan de la Cosa”, ilustre geógrafo, cartógrafo y navegante vizcaíno, que acompañó a Colón en su viaje a las Indias cuando tropezaron con otro continente que les cerró el paso, lo cual los azoró no poco y trataron de disimularlo llamando también indias al obstáculo; el doctor Bago, digo, nos habló hace unos días en el Centro Laurak Bat de toxicomanías y vicios en una charla que tuvo el encanto de la amenidad y el beneficio de la lección y del consejo amable.
Hablando en serio nada se puede oponer naturalmente, a lo que el doctor Bago nos dijo tan dolosamente, salpicando su conversación con graciosas anécdotas, pero anécdotas vivas no de esas que se fabrican sobre la mesa de estudio, como podrían hacerse pajaritas de papel o flores de trapo. Pero hablando en broma, se me ocurren algunas observaciones que tal vez no sean del todo inoportunas. Ah!, si fuésemos estatuas que bien estaríamos en beber, sin fumar y sin hacer otras muchas cosas!.
Afortunadamente, no somos estatuas ni lo seremos nunca, al paso que vamos.
La misión del médico desde luego, es la de procurar que no tengamos enfermedades, o la de curarnos de ellas cuando las tenemos, y, de cualquier modo, la de prolongar nuestra vida lo más posible. Como la misión de los curas es la de enderezar nuestras vidas por el camino que conduce al Cielo. Y les estamos muy agradecidos a los médicos y a los curas. Pero la misión de los hombres, incluyendo a médicos y curas, no es esa solamente, sino también la de vivir lo más agradablemente que se pueda.
Y aquí reside la causa de ciertos desvíos de la línea recta de la profilaxis y de su paralela, la línea recta de la moral. No recuerdo qué poeta americano dijo aquello tan sutil de “la graciosa curva del pecado”; del pequeño pecado por supuesto. Hay otra curva también bastante salerosa, la del pequeño vicio. Y en eso precisamente, en tener y mantener pequeños pecados y pequeños vicios, está la sal de la vida. Siempre que se habla de esto recuerdo aquella exclamación de la marquesa: "¡Qué pena que no sea pecado tomar chocolate, con lo que a mí me gusta el chocolate!". Exacto; ya es rico el chocolate, pero si fuese pecado tomarlo, resultaría delicioso. Por eso mismo le gustan tanto los pasteles al diabético: porque peca al comerlos. Y por eso mismo damos mucho más valor a una moneda de diez centavos que encontramos en la calle que a la que tenemos en el bolsillo; porque sabemos que no es nuestra y cometemos un pequeño pecado al guardarla. ¡Si será delicioso eso que hasta los millonarios se agachan para recogerla!
Pero dejemos de lado lo de los pecados, que es tema un tanto espinosillo y vayamos a lo de los vicios. Aunque he tenido ocasión de hacerlo, nunca se me ha ocurrido tomar cocaína, o morfina, o fumar marihuana. He comprobado que eso es cosa de tontuelos y de petulantes. Un día, un amigo mío le dijo a un señor ampliamente estúpido, que presumía estar lleno de terribles preocupaciones, disgustos y fatigas que lo tenían deshecho:
—Tengo “nieve"
-¡Oh, por favor, véndame un poco!
—Se la regalo.
Y le dio un poquito, que sacó de una especie de alfiletero. La tomó el don tonto, y al cabo de un rato decía:
-Oh, gracias, gracias! ¡Me encuentro ahora tan bien!
Pues lo que había tomado, creyendo que era cocaína, no era otra cosa que bicarbonato humedecido.
Otros, la mayoría, toman esas drogas para presumir de viciosos y luego cuando se dan cuenta de su estupidez ya es tarde. En fin, allá ellos. Conviene que vaya raleándose un poco la humanidad, pues ya pasamos de los dos mil millones. Y si se van marchando esos tontos, mejor que mejor.
En cambio me parece que tienen razón los soldados de Pancho Villa cuando pedían marihuana que fumar antes de entrar en combate. Si habían de jugarse la vida, jugársela alegremente. De ningún modo habría de hacerles la marihuana más daño que un balazo entre los dos ojos.
Y vamos con lo del tabaco y lo del alcohol, háblese de bebidas cortas como el cognac o de largas como la cerveza o de calibre medio como el vino.
Por lo que hace al tabaco yo creo que nos hacemos fumadores porque hay en ello un poco de pecado y otro poco de presunción. El niño comienza a fumar porque el padre no le deja fumar y porque tiene prisa por llegar a hombre. ¿Y no os habéis fijado en que el novio o aspirante a novio que pasea la calle bajo el balcón de su amada, lo hace siempre fumando y echando el humo para arriba, para que su novia se entere de que ya es un hombre? Luego uno se acostumbra y encuentra un positivo deleite en el fumar; el cigarrillo tras el desayuno de café con leche es sencillamente inefable. De todas maneras, creo que si supiéramos que el fumar es bueno para la salud, no fumaríamos casi ninguno. En lo de fumar más o menos, o espaciando todo lo posible los cigarrillos, no sé qué decir. Conocí a un cura que fumaba solamente después de comer.
—Yo no fumo más que después de la comida -decía—. Un cigarrillo por cada plato.
Y en efecto, fumaba los seis o siete cigarrillos seguidos.
Lo del beber ya es cosa mucho más seria. Sobre todo si se trata de vino, emperador de las bebidas. Desde el proverbio bíblico del Eclesiastes, que dice “Bonum vinum laetificat cor hominis”, pasando por aquello otro de Horacio: “Nec vivere carmina possunt, quae scribuntur aquae potoribus”, hasta la conferencia de médicos celebrada recientemente en Burdeos, no para discutir si es bueno o malo el vino, que en eso no hay disputa, sino para fijar la cantidad que debía beberse en las comidas, quedando al fin de acuerdo en que había que beber más de dos vasos, pero sin fijar tope, mucho se ha escrito sobre esto del beber. Claro que un borracho es algo repugnante y triste, pero ¡ese primer trago que le quitamos al "imperial" de cerveza cuando tenemos sed!. Luego, ya no vale nada, ¡pero ese primer trago! ¿Y qué me dicen ustedes del vaso de vino tinto de Saint-Julien, bebido religiosamente, de un trago, despacio y sin respirar, después de haber acabado con el "chateaubriant" y las patatas fritas? ¿Y qué de una o dos o siete copitas de "Napoleón" cuando ya se ha comido bien, y cuando ya se han iniciado esas graciosas discusiones de sobremesa en las que se dicen tantas y tan deliciosas tonterías?
En fin, de acuerdo en que el doctor Bago tuvo razón en todo lo que dijo, pero a condición de que él nos deje un pequeño margen de tolerancia para echarle un poco de sal a la vida. Porque maldita la gracia que tendría eso de que dejemos de fumar, dejemos de beber, dejemos de comer salsas y picantes, y luego, cuando ya estamos perfectamente libres de toxinas, nos pille un tranvía. Puesto que a todos nos ha de pillar un tranvía, o una bala, o una pulmonía, que nos pille sonriendo.
Nosotros, el auditorio, hicimos al Dr Bago una gran ovación cuando terminó su tan interesante y tan bien dicha conferencia; pero en cuanto terminaron esos aplausos debimos haber repetido la evación mayor aun en honor, no ya al conferenciante, sino al "inglés" como llamábamos allí hace años a los acreedores. Todos o casi todos las que estuvimos a oír al doctor Bago le debemos algo y muchas, bastante más que algo. Pues, no para pagarle, que así no se liquidan deudas sino para hacerle saber que no olvidamos la nuestra, debimos haberle ovacionado otra vez con verdadero cariño, mezclado con buena dosis de agradecimiento.
Euzko Deya de Buenos Aires (30 de Octubre de 1949)
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