TELLAGORRI (Nº 139)
Hace cosa de un mes nos sirvieron los diarios una noticia horripilante para la catolicidad. Esa noticia procedía de Fráncfort, de la revista alemana “Der Monati” en la que se han publicado páginas del diario íntimo de Alfred Rosenberg, teorizante del nazismo y supervisor de su doctrina lo mismo en lo político que en lo religioso.
Según ese diario, Hitler tenía la firme determinación de nombrar Papa para la iglesia alemana, reemplazando el culto católico por el paganismo nazi, fusilando –así dice el diario de Rosenberg- o cortando la cabeza a los obispos y demás clérigos que se opusieran al proyecto. Lo mismo pensaba hacer en las demás naciones que cayeran bajo la influencia alemana, o sea, en casi todo el mundo, de haber resultado Hitler vencedor.
Sabido es que eran innumerables los católicos y muchísimos los diarios católicos que mostraban sin disimulo su deseo de que Hitler ganase la última guerra, lo mismo cuando tuvo por aliado al comunismo ruso –desde el 28 de agosto de 1939 hasta el 21 de junio de 1941- que cuando lo tuvo por enemigo. De modo que no sirve decir que deseaban el mundo de los nazis porque ello suponía la derrota del comunismo, pues los mismos deseos abrigaban cuando Hitler y Stalin estaban a partir de un piñón. Y bien ¿qué hubiera pasado a la catolicidad de haber triunfado Hitler? ¿Qué hubiera sido de la Iglesia Católica? Sencillamente que hubiera tenido que refugiarse de nuevo en las catacumbas.
Hemos esperado todo un mes a ver qué comentarios sugerían estas páginas del diario de Rosenberg a la prensa católica, pero no hemos conseguido leer ni uno solo. Sigue protestando y con razón, contra la persecución de que viene siendo objeto la Iglesia Católica por parte de los comunistas allí donde éstos gobierna, pero no dice ni una palabra de lo que pensaba hacer Hitler, que era bastante más monstruoso. Al contrario, a menudo solemos leer todavía en los diarios españoles supercatólicos, lamentaciones por la derrota de la Alemania nazi. Lo que no hemos leído nunca, jamás en esos diarios catolicismos es una lamentación por los ejemplares sacerdotes vascos fusilados por el franquismo, ni por la prisión, maltrato y destierro que padecieron centenares de eclesiásticos vascos. ¡Cómo iban a protestar contra lo que hacía una tiranía, ellos tan devotos de las tiranías!. Ni el paganismo nazi, tan conocido desde un principio, ni sus brutales crímenes, ni siquiera las condenaciones del Papa, sirvieron para que tantos, tantísimos católicos y para que tanta prensa católica perdieran su simpatía y admiración por Hitler y su sistema; como no ha servido hoy el conocimiento de lo que preparaba aquel loco para que escriban unas líneas condenándolo. Nada. Ello nos lleva a la triste conclusión de que muchos, muchísimos católicos no lo son para salvar su alma, sino para salvar su dinero, su posición, sus privilegios y, sobre todo su soberbia satánica
¡La soberbia satánica! Suele decirse que los partidarios de los regímenes de dictadura lo son por ser enemigos de los sistemas democráticos y de las libertades que ellos comportan, que estiman perniciosas. Nos parece que la cosa es al revés, exactamente. Nadie más amigo de gozar de libertad que los partidarios de la dictadura.
En efecto, ninguno de ellos es partidario jamás de una dictadura ejercida por sus adversarios políticos, pues ello supondría que habrían de quedar sin ninguna libertad; en cambio son partidarios de la dictadura ejercida por ellos mismos, porque eso significa que no solamente habrán de tener libertad para hacer lo que en moral se estima decoroso y digno del hombre, sino para hacer lo que les de la gana, que es el colmo de la libertad. Y para eso, para poder hacer lo que les de la gana, lo mejor es implantar su dictadura con lo cual se liquida o silencia a los adversarios políticos y a los apóstoles de la ética, que son los obstáculos que se oponen a su capricho, hijo de su soberbia. Nada de partidos políticos, nada de libertad para expresar el pensamiento, nada de elecciones, nada de nada para el adversario; así el camino queda libre para hacer todo lo que se quiera, esté bien o esté mal. Y eso no solo es amor a la libertad, sino pasión morbosa por la libertad; por la libertad sin ninguna traba para ellos, que tiene que ser, naturalmente, a costa de la esclavitud de los demás.
Por eso cuando leemos artículos o declaraciones hechas por personas que visitan a España diciéndonos que allí hay suficiente libertad –y en algún caso hemos leído a un presbítero precisamente que allí hay hasta exceso de libertad-, debemos entender que lo que se quiere decir es que en España hay libertad para los partidarios de la dictadura, de una dictadura que se acomoda muy bien a las particulares opiniones, a los particulares apetitos y a los particulares negocios de quienes la sirven.
Ocurre en España con la libertad lo que con la comida. Los españoles ricos, los nuevos ricos, y los extranjeros que van a España con los bolsillos bien repletos o invitados por la dictadura, suelen decir que allí se come muy bien, que allí hay de todo. Y tienen razón: hay de todo para ellos; pero no hay nada o poco más para los que no son ricos, para los que tienen que vivir del trabajo de cada día. El dicho de que “cada cual habla de la feria según le va en ella, es de cabal aplicación en el caso de estos señores, que en estando ellos bien creen que todo el mundo está perfectamente bien y que no hay nada que cambiar. Convengamos pues, en que los partidarios de la dictadura de Franco, como antes los de la de Hitler o la de Mussolini, son los más fervorosos partidarios de la libertad, sin tasa, freno ni miramiento para el vecino.
Y así como creemos que la dictadura nazi respondía a un temperamento que era casi general en el pueblo prusiano, y que la dictadura fascista les vino de perilla a los italianos que eran amigos de vivir eternamente en el escenario de un teatro, sabemos muy bien que salvando a contadísimos elementos, la dictadura española pseudo falangista, les viene muy bien a los trepadores, a los simoniacos, a los cazadores que gustan de tirar “a parado”, a los de los sucios negocios y, sobre todo, y por encima de todo, a los henchidos de soberbia, de esa soberbia satánica que se alberga en el corazón y en la mente de tantos hombres que, por servirla y alimentarla, son capaces de faltar alegremente a los deberes que les impone la moral de la misma religión que dicen profesar y defender.
Euzko Deya de Buenos Aires (30 de Agosto, 1949)
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