TELLAGORRI (Nº 145)
De punta a punta de la costa vasca, en todo el litoral guipuzcoano y vizcaíno, apenas si habrá algún puerto pesquero, por pequeño que sea, que no haya tenido su equipo de remeros para tomar parte en las regatas de traineras que suelen celebrarse en medio de la mayor emoción de las multitudes que acuden a presenciarlas. Especialmente las que se celebran cada verano en San Sebastián conmueven a todas las gentes que viven del mar y a tantos y tantos más que se entusiasman ante la belleza y la fuerza de una regata de traineras. De punta a punta de la costa vasca, desde Fuenterrabía hasta Ciérvana, en todos los puertos se sabe lo que es la alegría de un triunfo de sus remeros o la tristeza de una derrota. Triunfos y derrotas han impresionado hasta el límite a las gentes de Fuenterrabía, de Pasajes, de Donostia, de Orio, de Getaria, de Zumaya, de Ondarroa, de Bermeo, de Santurce de Ciérvana. En un principio las tripulaciones estando los vizcaínos representados por Ondárroa y Bermeo. Más tarde se incorporaron a las luchas los remeros de Santurce y los de Ciervana, que llevaron a la liza nuevas emociones y de la que sacaron triunfos brillantes.
Desde que comenzaron a tomar parte en las contiendas, nuestras simpatías han estado siempre con los de Ciérvana. ¿Conocéis Ciérvana? Es el último pueblo pesquero del litoral vasco; en seguida viene la costa santanderina. Castilla. Una pequeña cala, dos docenas de casuchas, unas traineras de sardina, un centenar de gentes flacas... eso es Ciérvana. Pues de ahí ha salido en tantas ocasiones una tripulación que se ha medido en la bahía de la Concha donostiarra o en el Abra de Bilbao con las más temibles tripulaciones de todos los puertos vascos, y ha vuelto a su caleta, a sus casuchas, a sus mujeres y chiquillos, con el triunfo en las manos.
“Los de la azada" llamábamos a los duros, enjutos, nervudos y morenos bogadores de Ciérvana. Ello se debía a que disponiendo de pocos medios materiales para la pesca, por su pobreza, tenían que completar el sustento sacándolo de la tierra. Cuándo pescadores, cuando labradores, trabajando rudamente y sin pausas todo el año, comiendo sardina o patata, los pescadores de Ciérvana, hechos a toda clase de esfuerzos, llevando una vida extremadamente morigerada, eran la "cenicienta" del litoral; por eso contaban con todas nuestras simpatías.
Nunca han sido atletas profesionales los remeros que formaban las tripulaciones de las traineras; siempre han estado formadas por gentes de mar que todo el año, hasta la víspera de la regata, y todo el año otra vez, desde el día siguiente, se dedicaban a pescar.
Pero de unos años a esta parte, las cosas han cambiado. En aIguna ocasión, hace treinta años, tomaron parte en regatas celebradas en el Abra de Bilbao tripulaciones santanderinas; pero nunca fueron competidoras serias de las traineras vizcaínas y guipuzcoanas. Ahora hay una que lo es ¿Que ha pasado? Simplemente, que el falangismo no ha podido tragar eso de que los remeros castellanos hiciesen un papel tan desairado siempre frente a los remeros vascos. Y el falangismo ha conseguido dinero para que en Pedreña, puerto pesquero santanderino, se formase una tripulación de profesionales, pagados por el franquismo para que se dedicasen todo el año a entrenarse con el fin de vencer a los vascos. Un gesto estúpido que desnaturalizó lo que siempre habían sido las regatas de traineras; pruebas de destreza y de vigor entre pescadores que vivían de su trabajo, no de las regatas.
Hace pocos domingos, el 24 de septiembre se corrió en la bahía de San Sebastián una regata de traineras de la cual se hablará en toda la costa vasca durante mucho tiempo: una regata que produjo entusiasmo y emoción como pocas veces, por las circunstancias en que se disputó; una regata a la que precedieron fanfarronadas tontas y a la que siguieron ovaciones clamorosas y otras ensordecedoras.
En los días anteriores al de la prueba, los remeros de Pedreña, seguros de que su preparación física era muy superior a la de los demás tripulaciones, canturreaban por bares y cafés donostiarras contando seguro un triunfo fácil y burlándose de las demás traineras. Ello y una palabra del alcalde falangista de San Sebastián, exaltadoras de los profesionales de Pedreña y zahirientes para los remeros amateurs de los puertos vascos soliviantaron los ánimos, calentaron las pasiones, encendieron a los partidarios de las demás tripulaciones que iban a luchar con los profesionales de Pedreña pagados por el franquismo.
Ya están listas las traineras que van a competir en esta regata. Muchos, muchos miles de gentes han venido a presenciarlas. Los remeros de Pedreña sonríen mirando a sus rivales. Entre estos están “los de la azada”, los de Ciérvana, los morenos flacos, los de sardina y patata por todo alimento, la tripulación “cenicienta”. Los remeros de Ciérvana quietos sobre las tostas, las manos en los remos bien sujetos a los toletes con estrobos nuevos, inclinados los cuerpos hacia adelante, están serios y mudos con las cabezas gachas, atentos al cañonazo que de un momento a otro va a ordenar la arrancada, dispuestos a rendir todo su esfuerzo, aunque se rompan los músculos que cubre la piel renegrida de sus brazos; serios, huesudos, curtidos por el viento de cuando pescan y por el sol de cuando labran…
Ya ha sonado el tiro. Saltan las traineras como delfines, en un impulso soberano de los remeros. Allá se van, mar afuera. Los remos rechinan en los toletes, van y vienen, arqueándose al entrar en el agua al esfuerzo de los bogadores y enderezándose cuando salen, para volver a entrar. Es cerrada y enérgica la boga de todas las tripulaciones. Ya se van perdiendo las traineras veloces en la lejanía, cortando las olas con sus afiliadas proas. Los miles y miles de espectadores las siguen con los ojos llorosos de emoción...
De pronto, un clamor de cien mil gritos se levanta en la muchedumbre:
—¡Ciérvana! ¡Ciérvana ha entrado primera en la ciaboga! ¡Ciérvana, Ciérvana!
¡Ya vuelven las traineras!. Los patrones de las lanchas, desencajados los rostros por la emoción, animan desde la popa a los remeros; y los remeros redoblan su esfuerzo en busca del triunfo. ¡Ya vuelven las traineras!. Pero todavía no se sabe con certeza cuáles son enfiladas las proas hacia la playa, las posiciones. Hay que esperar. Hay que esperar... Ya se van acercando las traineras... Ya se distinguen los colores de las camisetas de los remeros... ¡Ya vienen, ya vienen!.
—iCiérvana, Ciérvana!— grita otra vez la muchedumbre, enardecida ante el resultado que ya se prevé, y las gargantas se rompen en gritos de “¡Ciérvana, Ciérvana!"
Los de la azada, serios, morenos flacos, aferradas las manos a los remos unánimes apretados los dientes, bañadas las caras en sudor, bogan cada vez más fuerte. Su patrón, de pié en la popa, inclinado hacia ellos les grita: ¡Bueno, bueno muchachos; no apretéis más: ya está ganada la regata; sostener nada más!". Pero "los de la azada” en cuyas retinas está todavía la sonrisa de los de Pedreña, reman cada vez con más bríos, cada vez más fuerte y en medio de una ovación delirante que no termina y de unos gritos roncos que no acaban, la trainera, "cenicienta cruza como una flecha la meta de llegada, netamente destacada de las demás.
Y los de Pedreña, los "sobradores” entran los últimos entre la rechifla general.
A la pequeña caleta de Ciérvana, la de las dos docenas de casuchas —en cada casucha un campeón— va la bandera del triunfo, de ese triunfo que despreciando fanfarronadas, han sabido conquistar para las mujeres y para los niños que les esperan los del remo y la azada, los flacos de piel curtida por el sol sobre la tierra y por el viento sobre la mar.
Euzko Deya de Buenos Aires (20 de Octubre de 1949)
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