El capitán de la nave observó desde el puente de mando los peligrosos glaciares atravesados en su derrotero; vio el inmenso campo de hielo que amenazaba su ruta; de inmediato, veloz y urgente, como suele ser, tomó directamente el control del timón, y con voz estentórea ordenó, gozoso, enfilar el buque directamente para estrellarlo contra la masa flotante. En esos minutos previos al desastre confió en que la fuerza de sus convicciones, su rol en la Historia y la decadencia de los demás harían que el gélido obstáculo no tuviera más remedio que apartarse, por aquella idea fatua e inútil según la cual: "Si la naturaleza se opone, el hielo se derrite".
El pasado viernes 3 de febrero, José Luis Rodríguez Zapatero se despidió ante los suyos, como secretario general del PSOE. Yo me despedí de él, parlamentariamente hablando, con una pregunta sobre aquella milonga que nos presentó como la panacea para la resolución de la paz en Medio Oriente y con el mundo árabe: "El Encuentro ó Diálogo de Civilizaciones". Un Encuentro que no se enteró de la "primavera árabe" y en la práctica solo sirvió para darle cierta cobertura a Turquía y un trabajo al ex presidente portugués Sampaio. Pura filfa.