Por: Isabel Ibañez
Si no conoce a Joe Bonham, le queda camino hasta saber lo que es el horror, el real. Si no ha leído el libro (o visto la película) “Johnny cogió su fusil”, ni lo intente; interrumpir su lectura le deja a uno sumido en el desasosiego, con el bueno de Joe postrado en la cama de un hospital, a sus 20 años, un tronco humano sin piernas, brazos, ojos, oídos ni boca. Imagine por un momento. Perdió todo eso y más en la Primera Guerra Mundial, de cuyo inicio se cumplen ahora cien años. Porque mientras usted no lee, le será imposible no pensar en qué estará pasando en esos momentos por la mente intacta de Joe, incapaz de comunicarse con el exterior; en sí grita sin voz por no poder apartar a la rata que ha regresado para husmear en sus heridas; si se revuelve en su lecho recordando cuando era un hombre completo; si llora sin lágrimas por haber descubierto una parte más de su cuerpo que ya no está... Joe es el protagonista de una de las novelas más representativas del antibelicismo. «No hay duda alguna sobre la eficacia de este libro», dijo "The New York Times'. «Una historia espeluznante, sin concesiones para el lector», comentó el 'Herald Tribune'. Dalton Trumbo (1905-1976) la escribió en 1938, pero, ironía, no se publicó hasta dos días después de iniciada la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1939, de la que se cumplen, por cierto, 75 años. Incrédulo ante lo poco que aprende el hombre de sus errores, Trumbo se sintió obligado por los acontecimientos bélicos a hacer añadidos en sucesivas ediciones. En el primero, un prólogo escrito en 1959, ahondaba en la segunda gran contienda, y en 1970 volvía a la carga con tres nuevas páginas llenas de rabia en plena guerra de Vietnam: «A la hora del desayuno leemos que 40.000 norteamericanos han muerto en Vietnam. En lugar de vomitar nos servimos una tostada (...). Una ecuación: 40.000 jóvenes muertos es igual a 3.000 toneladas de carne y huesos, 56.000 kilos de masa encefálica, 190.000 litros de sangre, 1.840.000 años de vida que no se vivirán, 100.000 niños que jamás nacerán (...) ¿Qué hay de nuestros heridos? ¿Alguien sabe dónde están? ¿Cómo se sienten? ¿Cuántos brazos, piernas, orejas, narices, bocas, caras, penes se han perdido? (...) ¿Cuántos no son más que meros vegetales descerebrados que agotan silenciosamente su aliento y sus vidas en oscuras y secretas habitaciones?». Alentó a los lectores a escribir al Ejército preguntando por estos pobres olvidados e hizo un esfuerzo por aportar los pocos datos oficiales existentes sobre mutilados. «El 12,4% de los veteranos de Vietnam que reciben indemnizaciones por heridas sufridas en combate están totalmente incapacitados. Pero, ¿cuántos centenares o millares de muertos vivientes surgen de ese porcentaje? No lo sabemos. (...) La muerte nos espera también a nosotros. Hasta siempre, perdedores. Dios os bendiga. Cuidaos. Nos volveremos a ver». No hubo más añadidos; falleció seis años más tarde.
