CÁRCELES DEL FRANQUISMO (IV). LARRINAGA
EL ECO AHOGADO DE LOS FUSILAMIENTOS
La cárcel de Larrinaga en Begoña, en cuyo lugar se alzan ahora unos grandes edificios de más que regular altura, es la cárcel de los fusilamientos. De sus puertas salieron para ser rematados, en las tapias del cementerio de Dorio, centenares de ciudadanos cuyo único delito había sido su patriotismo y su fidelidad a unas instituciones democráticamente elegidas.
Los testimonios de las últimas horas y del valor de tantos compatriotas ante la muerte, han sido recogidos en estremecedores relatos. Ramón de Galarza y José Estornés Lasa lo han hecho con estimable fidelidad. Desgraciadamente son muy incompletos y apenas se refieren a la suerte de una decena de compañeros. Recogemos estos testimonios pero que conste que hubo otros muchos Azurmendi, Larrañaga, Lurgorri, Leturia, Barandika… que como ellos se enfrentaron con dignidad y valentía a los tiros del paredón o la crueldad del garrote. Hubo, incluso, alguno que logró hurtar la muerte, escapando de la camioneta fúnebre cuando le llevaban por la cuesta de Artxanda a Derio. Es el caso de "Polvorilla", un guardia de asalto que, esposado, consiguió tirarse del vehículo y desaparecer en las sombras de la madrugada. Hubo también varias mujeres fusiladas, haciéndose notar algunas de ellas por su especial valentía; Aurora Mir, redactora del diario bilbaíno «La Tarde», una socialista de Sestao, la sobrina del dirigente comunista Torrijos, que se pintó los labios antes de enfrentarse" al piquete, etc.