POR: Francisco Góngora Vitoria
“Unos trescientos pamues completamente desnudos, armados de espingardas y de machetes pugnaron por subir a la balandra y cuando nosotros salimos precipitadamente a cubierta, algunos habían ganado el borde. Se entabló una lucha a culatazos que dio por resultado desalojar de enemigos los costados de nuestra embarcación. Por fortuna en esta refriega no se disparó un tiro y esto nos salvó de una muerte cierta”. En su impagable libro “África”, Manuel Iradier narra de esta manera uno de los innumerables encontronazos con los nativos más belicosos de la selva guineana.
No fue el único ni el último peligro que tuvo que afrontar en sus dos viajes de exploración. Solamente ataques de fiebre sufrió 270. Uno de ellos le tuvo tres meses entre la vida y la muerte. Se alimentaba de yuca, plátanos y agua de los ríos, y las ratas de las chozas en las que habitaba eran tan voraces que se comían sus calcetines. Las hormigas gigantes, las serpientes y las arañas venenosas -por las que sentía terror- le acechaban detrás de cada árbol. Pero el trago más amargo fue, según su desgarrador relato, la muerte de su hija pequeña Isabel, nacida en la isla de Elobey, durante su primer viaje, a causa de las terribles fiebres. Quedó en Fernando Poo, “a los pies de un gigantesco caobo”.
Iradier no fue el único viajero de aquel siglo colonial. Tampoco la historia de las expediciones del siglo XIX le coloca en ese Olimpo de los Livingstone, Stanley, Burton y Speke. Pero sin duda fue el viajero español más importante y atractivo de su tiempo. Las potencias coloniales enviaban verdaderos ejércitos equipados y promocionados por sus países en plena competencia colonial. El soñador Iradier fue solo, acompañado de su mujer Isabel y su cuñada Juliana, sin ayuda oficial, ligero de equipaje y de dinero. Ese tesón y el objetivo científico de su odisea dieron un sello muy especial a sus hazañas. “Es una extraordinaria mezcla de hombre inquieto, filantrópico y viajero”, le define su biógrafo, el también escritor vitoriano Ángel Martínez de Salazar.
Curiosidad de niño
Manuel Iradier y Bulfy nació un día como hoy del año 1854 en un piso de la neoclásica plaza de España de Vitoria. Era hijo de un comerciante y de una bilbaína de clase media. No fue un estudiante brillante, pero su inmensa curiosidad le hizo acopiar desde niño libros de viajes, novelas de aventuras, cartas marinas, instrumentos de física y colecciones de minerales que moldearon el espíritu inquieto que le convirtió con apenas 21 años en el más importante de los exploradores vascos del siglo XIX.
Para la mayoría de la gente, África es hoy día un continente transparente por los documentales de televisión, pero olvidado en su miseria y sus terribles guerras fratricidas. Hace siglo y medio era un mapa en blanco lleno de misterios y leyendas salvajes, en medio de la fiebre colonial europea. Las noticias que llegaban de los exploradores Stanley, Livingstone y Burton, que buscaban los grandes lagos o las fuentes del Nilo, despertaban la fascinación de los jóvenes románticos como Iradier. Envenenado de ese espíritu, el vitoriano, recién licenciado en Filosofía y Letras, fundó junto a otros jóvenes inquietos La Exploradora, la primera asociación española que puso sus ojos en el continente misterioso. Su objetivo inicial era cruzar todo el continente desde Ciudad de El Cabo a Trípoli. Antes que ningún sueño, tuvieron que coger su fusil “remington” para defender la liberal Vitoria frente a los carlistas.
Un encuentro en una fonda de la capital alavesa con el corresponsal de “The New York Herald”, Henry M. Stanley, que en 1871 había hecho célebre la frase “El doctor Livingstone, supongo”, al encontrar al famoso misionero escocés en el Congo, le hace desistir del proyecto inicial. Stanley, que vino al País Vasco para seguir como reportero las guerras carlistas, le aconseja explorar Guinea, en donde España trataba de mantener sus derechos coloniales a duras penas.
El científico
Su equipaje está compuesto principalmente de material científico, cronómetros, barómetros, telémetros, microscopios y un modelo de gramática, que muestran lo que buscaba: saber del clima, la geografía, la botánica, la zoología, las costumbres, las religiones, las lenguas y la música. Todo le interesa y todo lo anota en sus diarios.
Tras recorrer 1.870 kilómetros durante 850 días, Iradier vuelve a España, que no recibe al viajero con demasiado entusiasmo. Para entonces ya habían nacido la Sociedad Geográfica y la Sociedad de Africanistas y Colonialistas, que tratan de engancharse al tren africano. Ambas instituciones, auspiciadas por el Gobierno, apoyan la segunda expedición, a la que se une otro viajero incansable, Amado Osorio, médico naturista asturiano que acabó polemizando con su antiguo jefe y el gobernador, Juan Montes de Oca.
En apenas un año, antes de que las fiebres de nuevo minen su salud hasta impedirle seguir, la expedición alcanza acuerdos con 101 jefes indígenas y la soberanía española en una extensión de 14.000 kilómetros cuadrados, casi cinco veces la de Álava, la actual Guinea Ecuatorial. Osorio y Montes de Oca prosiguen después el viaje y amplían esta superficie hasta los 50.000 kilómetros cuadrados.
En eso quedó la aventura de Iradier. La colonización de África, el conocimiento del continente desconocido, no interesaba en España. El vitoriano, que hizo sus pinitos como inventor y promotor empresarial, se quejó amargamente de ello antes de morir en 1911 en la localidad de Valsain. "
Una huella de ciencia que no se ha borrado
F. G. Vitoria
Hay dos cosas de Manuel Iradier que no ha logrado borrar el tiempo. Un monolito en su memoria existente en Cogo, ciudad a orillas del río Muni, que refleja la huella personal del explorador, muy admirado por los habitantes del país. Y la ciencia.
Marta Infante y Patxi Heras son una pareja de biólogos del Museo de Ciencias Naturales de Vitoria y miembros de la comisión científica de la Asociación Africanista Manuel Iradier, heredera espiritual del viajero alavés. Hace tres años lograron una beca de la National Geographic para estudiar los musgos de Guinea Ecuatorial, junto al biólogo Daniel H. Norris y el director del Herbario Nacional, Crisantos Obama. Ahora, preparan ya su segundo viaje, amenazado por la situación política. “En una hectárea de su selva hay más especies de árboles que en toda Europa”, afirma Marta Infante, enamorada de un país con todos los matices del verde.
Otra cosa curiosa que debió conocer Manuel Iradier son los “inselbergs”, especies de isla monte en el inmenso mar de la selva fundamentales en su investigación. “Ese clima es terrible. No se puede estar más de un mes. La medicación contra el paludismo es muy tóxica”.
Seguro que esos trescientos pamues completamente desnudos, armados de espingardas y de machetes no eran mas agresivos que los 300 diputados del PP-PSOE del congreso de madrid.
Publicado por: takolo3 | 05/05/2011 en 09:51 a.m.
El 26 de abril se cumplieron 74 años del bombardeo de Gernika, bombardeo que sufrió una población civil indefensa.
Concienciando con este aniversario reclamamos el traslado del cuadro Guernica de Picasso al pueblo de Gernika que es donde debería estar.
Pedimos tu adhesión a la que creemos legítima reclamación de trasladar definitivamente el cuadro, “Guernica-Gernikara”.
http://www.guernicagernikara.net/home/?page_id=80
Publicado por: Guernica Gernikara | 05/05/2011 en 12:08 p.m.
Iñaki. Siempre te ha gustado la claridad. ¿No te parecería justo decir que Paco Góngora es un periodista de El Correo? Segfuroq eu convendremos que lo cortés nunca ha quitado lo valiente. Un fuerte abrazo.
Publicado por: Alberto Ayala | 05/05/2011 en 01:32 p.m.
A España sólo le interesaba centro y sudamérica. Por lo menos consiguieron que casi todos hablasen español. Pero es verdad que resulta ridículo que siendo casi ellos mismos África no se dedicasen a investigar más en este continente. A parte de colonizar Canarias claro. Y Ceuta y Melilla no lo olvidemos.
Pero bueno, luego llegaron los derechos humanos con el Apartheid que llevó a África de ser rica y fructífera en el continente más pobre del Mundo, gracias a esa "liberación y expulsión de los blancos" del autóctono. Consiguieron su objetivo en un tiempo récord, pero a la inversa. No es su culpa. No puedes culpar a la gaviota de hacerse caquita encima de tu coche recién lavado, por mucho que se lo digas y expliques.
CJota.
Publicado por: Christian Johansen | 05/05/2011 en 10:01 p.m.
Iradier fue un heroe en toda regla, un soñador, un aventurero, si Guinea hubiera sido conquistada por los alemanes seguro que se habrian cargado a casi todos los nativos como hicieron en Namibia por esas fechas, la verdad es que donde hay un vasco de por medio la cosa funciona bien
Publicado por: pablo | 05/06/2011 en 08:41 p.m.
CEJOTA.
Palabras de burro no llegan al cielo.-
Publicado por: Juan Rua | 05/08/2011 en 09:02 a.m.